domingo, 28 de febrero de 2010

¿De qué más podíamos hablar? O quizá ¿qué más podemos buscar?

-¿Pero qué no lo sabías?- le dijo Eliee directamente a Leonard –Nadie entra a esta clase para ver las películas, todo mundo entró porque quería ligarse a cualquiera, el problema es que son puros cualquieras los que están en la clase.
-No sabía que debía entrar con interés de ligarme a cualquiera.
-Cualquiera no es un cualquiera. Bueno, ay- dijo y dio un manotazo sumamente afeminado- ¿no me entiendes? Después de tanto tiempo en el mercado de lo gay y no gay ya no sé dónde buscar- se quedó algo pensativo- antes iba a los antros todas las semanas y era como esos personajes de “Queer as folk” que hablan sobre conseguir hombres los jueves y después tomarlos por la madrugada del viernes y cagarlos a la mañana siguiente.
-El problema es que Leonard no ve a los hombres como un falo, eso ya lo hemos discutido- dijo Murat entrando en el aula con delicadeza y opulencia… ¿no era acaso la competencia visual de Edgard?
-Ese no es el punto. Todos quieren a alguien para cojer los viernes por la noche. Es de ley.
-Yo no lo hago… -decía Leonard cuando fue interrumpido por Eliee.
-Que no lo hagas los viernes pues, hazlo los sábados, los jueves, los domingos, los lunes, pero el punto es hacerlo.
-Aquí la cosa no es el sexo por el sexo ¿por qué no podemos?...
-Callar- dijo Murat alzando la mirada al ver que Edgard entraba a la clase, la cual hablaba de la escena queer en el mundo entero; una clase sumamente ambiciosa pero exquisitamente jugosa.
-Señoritas- Edgard le dirigió una solemne reverencia a los tres amigos ahí sentados.
Leonard no pudo más que apartar la mirada. No sabía por qué, pero sentía que la derrota ante Edgard era sumamente vergonzosa.
-Ed, qué bien que estás aquí. Leonard, Murat y yo discutíamos sobre el hombre como falo y algo más… ¿tú qué opinas?
-Que es un tema muy viejo. Lean a Freud, para él todo era sexo, un falo y la castración del falo. Además, en nuestra realidad los bares existen para poder echarte una copa con alguien, los antros para bailar con otro alguien, llevártelo a la cama y después olvidarlo. Que también los amores aparentes se conocen por el contacto de fulano de tal o mengano de cual quién te presenta porque necesitan un conecte, y aquí en la escuela ya sea para un trabajo final o algo así. Pero el amor en la homosexualidad… ese está perdido y bien muerto ¿o no Leonard?
-Yo de amor no sé nada- dijo Leonard aún sin verlo a la cara.
-Nadie puede percatarse enteramente de saber algo sobre el amor y mucho menos sobre la homosexualidad- enunció Murat.
-No te equivoques Murat, yo de homosexualidad se mucho, por eso te digo que el amor no existe dentro de ese rubro- Edgard inclinó su cabeza hacia su hombre derecho.
-Eso lo dices porque seguro nunca te has enamorado- dijo Leonard mirándolo a los ojos.
-Pero si hace un segundo dijiste que de amor no sabías nada- casi cantó con su entonado ritmo de voz Edgard- pero les voy a contar una historia que no saben queridos, en especial tú Leo. Me enamoré como todas ustedes jotas de aquí, pero como bien saben el primer amor es el peor de todos, él me dejó porque yo era un indeciso, perdido, dramático, emocional, caótico, le daba interés a todo, ¿y saben qué más?, que yo cambié por el infame y aún así no lo notó, estaba muy sumergido en su interior, porque todas nostras las maricotas somos unos narcisos de mierda, nos gusta el pene porque nos gusta nuestro pene, nos gusta todo eso, a la mierda lo que piensen, pero todas ustedes son una recién nacidas.

Murat empezó a reír.

-Me encanta que te parezca risible Murat querido.
-No amabas si acaso necesitabas un cambio por parte de la otra persona.
-Se espera un cambio por reciprocidad, pero el hombre del falo por el falo no deja de ser hedonista y candente. Los hombres son pura pulsión de vida canalizada a la no reproducción embaucada en el goce total. Los chicos sólo quieren divertirse, ya nadie quiere un romance absurdo, ni seguridad, ni un novio, sólo buscan...
-Cojer- le cortó Leonard- Ya déjalo en paz Edgard, tu punto queda bien resuelto, si eso es lo que va contigo pues qué mejor, pero algunos de nosotros aún buscamos amor.
-El hombre intelectual, bien vestido, cultísimo y con dinero- recitó Eliee y empezó a reír- Tiene razón Leo, Ed, ay muchos culos que te puedes romper, pero los de Murat, el mío y el de Leo se quedan reservados para alguien de mayor aliciente.

Edgard se quedó callado con la mirada fija en Leonard, quién le dijo con total descaro a la cara.

-Ni digas que somos poca cosa que no es verdad, mueres por cojerte cuando menos a Murat.
-A mí, ¿por qué?
-Ay Mut, yo muero por cojerte- le dijo y volteó a verlo Eliee.
-No, la verdad es que mi estilo son más como Leo.
-Gracias- sonrió Leonard- si se puede hacer algo habrá que invitar a Trish.
-No creo que seamos el estilo de él.
-Dilo por ti Eliee, pero yo no me maquillo tanto como para que la homofobia de Trish se manifieste- se ufanó Murat.
-Más bien tendremos que incitar su homofilia- apuntó Leonard.
-Sigan jugueteando chicas, sigan con eso- Edgard se retiró, pero justo antes Leonard le dijo.
-Para eso lo tenemos ¿no?
Edgard alzó la ceja izquierda y salió del aula mientras los tres chicos compartían miradas de complicidad. Después estallaron en una tonta risotada.

lunes, 15 de febrero de 2010

La coctelera: Shakespeare, Jorge Plata y Barthes

Solía ser que las amistades homosexuales de Leonard eran muy reducidas, no sólo porque acababa de salir de un clóset mental, sino porque sus amigos heterosexuales siempre le habían parecido la mejor compañía que un chico de su edad podía tener, las malas influencias estaban exentas de sexualidad así como las buenas, todo se daba por inercia social, las cosas se dan sin más. Pero después de sus contantes incursiones por los territorios de la homo/sociedad, Murat había venido a “sustituir” a Edgard, así como sus antiguos amigos eran dejados en el olvido por unos nuevos, cambio de personalidad, cambio de vida, cambio de sexo, cambio de estilo, cambio de armonía, y lo demás… -¡Que se joda!- pensaba Leonard.
Sentado con un nuevo acomodo de cabello así como de ropa, intentaba darse sus aires de “fancy” fantasioso, Leonard charlaba con Murat, Eliee y Trish. El primero le había llevado a tener una noche “Nick y Nora”, saltando de exposiciones en exposiciones, de bares en bares, de un par de antros a otro par de antros, sólo le faltaban los urinarios “Pero esos son para compungidas” le había dicho Murat.
Por otro lado Eliee era un buen comprador de ropa. Esto sí, eso no, te queda, te abarata, lo usas, lo tiras, lo amas, lo cagas, Stacy y Clinton de “What not to wear” se veían benevolentes al lado de Eliee “Depende de cómo desees verte, ¿Cómo una maricotas?, una dragqueen?, ¿Cómo el Jonas Brother en el vestido de Beyoncé? Tú habla, ¡Habla!”.
Quizá Trish se volcaba más en el ámbito de lo “heterosexual”, sin embargo tenía algo de homofóbico y eso era lo que le hacía pensar más en los límites y las restricciones. Con él podía ir a las librerías, comprar libros, pasear por los parques, pero adquiría sus restricciones verbales, pues si los otros dos tenían una eterna verborrea (un aspecto que le encantaba a Leonard) Trish era sumamente callado. “Leo, si se me ocurre algo te lo digo, no pidas que saque mierda de donde no la hay”, le contestó cuando Leonard le dijo “Y tú, mudo, ¿qué piensas?”. Pero ahora aquel cuarteto de amigos se inmiscuía en una charla agitada de amores y desilusiones, rencores, pero sobre todo, desintereses. Todo inició con un sueño en una noche de invierno.

-Difuso, era difuso… así son los sueños, difusos- empezó a decir Leonard.
-Quedó claro que es difuso wey- entornó los ojos Trish.
-La Shirley Manson cantaba en el fondo diciendo que era tranquila como el océano, que era cátsup, pero era sólo su voz, después cambiaba el panorama y salía mi amiga Samantha cantando con un vestidito muy mono, entalladísimo, en un bar.
-Muy sexy, si fuéramos heteros- bufó Murat con su cigarro en mano. Leonard se lo quitó y echó una bocanada de humo, como si aquello estimulara la imaginación de sus acompañantes, cual polvo de hadas, cual cocaína esparcida en el espacio.
-Entonces lo veía en el fondo tomado de la mano con alguien más, ya sabía que iba a pasar, Orlando tomaba de la mano a Edgard pero después era a Samantha, y al final era yo, pero yo no estaba allá, sino acá, viéndolo todo como un espectador más en el bar. Entonces hubo un corte de escena, como una mala imitación a la nueva ola francesa. Todo se mezclaba en un ambiente rojo y nebuloso, Orlando bailaba con algo que no era ni Samantha, ni Edgard, ni yo, al final de la canción… bailaba la misma canción, mientras Shirley decía “Espero, espero por ti”, salía por la puerta de emergencia. Una puerta que era de un hospital, ya no era el bar. Yo le seguía en bata de interno.

Justo en ese momento sus tres acompañantes parecían emocionarse porque su amigo tuviera el trasero al aire persiguiendo a su ex amor. Algo sumamente irónico.

-Chicos, chicos, aún no termino, en verdad que no es muy gracioso al final.
-Dale, dale- lo incitó Murat.
-En el transcurso alcanzaba a Orlando. Él iba muy bien vestido, yo al menos llevaba un pantalón negro, pero era gordo, yo era gordísimo… - Leonard hizo una pausa y al unísono él y Eliee dijeron: ¿Más gordo?, rieron juntos y continuó el relato –Le decía todo lo que tenía que decirle, ya saben, que aún lo amaba, que esperaba me quisiera, todo eso, al paso de mis lamentos las cosas fueron poco a poco un susurro y yo adelgazaba más y más hasta quedarme en los huesos, pero él no parecía inmutarse. Entonces se sentaba en una esquina cualquiera, eran las puertas de una carnicería y él estaba al lado de una cabeza de cerdo. Yo me cansaba de suplicarle, corría lejos de él hasta que me encontraba con Morgause, me recitaba un poema de Jorge Plata pero con algunos arreglos, decía: “Escondamos sus recuerdos en el clóset para que nadie recuerde que lo amaste. Escondamos sus recuerdos en el clóset para que nadie sepa porque lo odiaste. Metamos en una cajita sus besos para que te olvides de sus sabor, y llénate Leonard de unos nuevos, hagamos de cuenta que sus abrazos no existieron, para volver a usar ropa en vez del calor de su cuerpo. Lávate sus caricias Leonard, lávate sus “Te quiero” para poder olvidarte de su amor y no llorarlo por más tiempo”
-¿Quién es ese Jorge?- le interrumpió Eliee.
-Alguien de quién compré un libro y leí de un jalón la noche anterior al sueño, también había leído “Romeo y Julieta”… de un jalón.
-Shakespeare y poesía, dos cosas de un jalón, eso mata Leo, te estás matando- dijo muy risueño Murat.
-¿Me dejan terminar?
-Wey, ¿no habías terminado? Me das weba.
-Ya acabo hombre, si quieres puedes hablar más seguido Trish.
Trish entornó los ojos y sorbió más agua de guayaba de su vaso.
-Le gritaba a Morgause, “¡NO!, no quiero” y volvía a atrás, encontrando a Orlando en una esquina, que ya no era carnicería, sino una peluquería o algo así. Le declaraba mi insufrible amor, y sin mucho ímpetu él decía quererme igual. Al momento yo estaba cansadísimo en el asiento trasero de un taxi y sólo pensaba en dormir y dormir. Pero Orlando me decía “No te preocupes, aquí estaré, esto es verdad, es verdad y no un sueño, es para siempre” sostenía ridículamente mi mano y entonces me quedaba dormido… despertando en la “vida real”, ahí en mi cama, con unas hojas impresas de Barthes y su libro “Fragmentos de un discurso amoroso”.
-Duermes con los libros, eres el colmo, un hombre es lo que deberías conseguirte para sustituir al tal Barthes.
-Y fue el fin del sueño cabrones, se acabó- dijo Trish haciendo que se levantaba de la mesa.
-¿No lo ven?
-No, no lo vemos querido, nos hace falta ir a comprar ropa queer-ido si es que estás teniendo esos sueños.
-Barthes dice que la literatura nos habla sobre el amor y los celos como algo prefabricado, cual si fuera algo que ya está predeterminado, es algo que siento sin sentir.
-Leí a Barthes alguna vez- bufó Trish- pero no congenio con sus ideas. Quieres decir que sentiste todo lo que sientes por Orlando porque...
-Lo social, me sentí ofendido de que me engañara aún cuando yo estaba jugando con él. Me enamoré, sí, lo amé mucho más que a mí mismo, pero se acabó porque algo en mí me dijo: “Debes sentirte miserable por el engaño”, y no es eso lo que me extraña o mata, cualquiera puede sentirse así, pero son todas estas ridículas penas que he tenido desde el tiempo en que nos separamos. ¡Son una tontería! No me quiere, y a la par ya no lo quiero, lo que realmente quería era crear un drama. Bien, lo hice, bien, lo logré, ¿y ahora qué?
-Necesitas una peda- le sugirió Murat.
-¡No!, se fue…
-Decir que racionalizas el sentimiento no lo hace menos visceral, no puedes dejarlo ir y ya- gruñó Trish.
-Lo dejé de ir, aún siento algo pero ya no tanto, fue un sueño lúcido, esto es la vida real, esto no es un sueño, ¿a dónde me puede llevar tanta melancolía? Se acabó.
-Amén por eso- Murat golpeó la mesa, pagaron la cuenta y se fueron aún discutiendo de manera muy escueta si acaso los sentimientos, las emociones y las conductas estaban dogmatizadas y prácticamente comercializadas… aún para ellos.

jueves, 11 de febrero de 2010

Volviendo a la raíces, al menos a las de alguien

Con una mano cerró de un solo movimiento el libro de tragedias de Shakespeare y con la otra apagó su cigarro, acababa de terminar “Romeo y Julieta”, una tragedia que el mismo Leonard consideraba “de las raíces”, sin embargo no de las suyas. Eran las cuatro de la madrugada y seguramente la forma más cordial de referirse al momento es que había regresado a las andadas, donde se surcan los espacios liminales que ni son demasiado tiernos pero tampoco lo suficientemente maduros para una buena idea.

Con insomnio y muchas lecturas que efectuar, volvió a los escritos de Vidarte y para cuando se dio cuenta ya había amanecido, la jotería aún en la literatura lo estaba llevando a la extenuante verdad de que no había vuelta atrás. Como si existiera cosa alguna, cual si hubiera una vuelta en “U” a mitad de la carretera, pero como suele ser, las vueltas en “U” están prohibidas. Eso ya no le preocupaba mucho, después de leer tantas tragedias teatrales y que Shakespeare le dijera que “"El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores. Todos hacen sus entradas y sus mutis y diversos papeles en su vida”, no distaba mucho de su filosofía made in Julia Lambert. Entonces recordó que hacía más de cinco años había escrito algo sobre la representación del teatro en el cine y el papel de Annette Bening como la diva del teatro, su texto iniciaba así: “La vida es una actuación multifacética que se desarrolla en el lugar indicado y el momento preciso, ya sea la ocasión de ser la madre amorosa, la amante lujuriosa, la esposa complaciente, la actriz relumbrante, todas y cada una de las actuaciones interpretadas con magnificencia; sin embargo si el actuar es una costumbre, si es normal fingir distintas actitudes, ¿entonces no perdemos nuestra propia esencia?, ¿o será que nunca la tuvimos?”

Cuando releyó su texto en aquella mañana no pudo dejar de preguntarse si acaso no se estaba proyectando, había escrito eso a los dieciséis años preguntándose si la vida como mero teatro no terminaba por comerse la identidad de las personas. Después Vigotsky le había dicho que el ser humano era contextual, lo mismo le comentaba el psicoanálisis de Freud donde argumentaba que todo era producto del placer, la contención y satisfacción, si Jesús había dicho “todo es amor” y Einstein enunció que “todo era relativo”, entonces Freud le había dicho, querido “todo es sexo”. Pero la verdad, tristísima realidad, es que Leonard había estado mejor dentro de su ignorancia, cuando amaba escribir por mero acto de catarsis y no como cuestión dogmática, porque cuando él se apropiaba de algo, entonces ese “algo” debía ser perfeccionado, cosa que en el acto perdía su esencia primordial, ¿era acaso que creía que todo acto por placer era vano?, ¿podía la escritura postrarse como una válvula de escape tan inocua como superficial al servicio exclusivo de la psiquis del escritor?, ¿a dónde le llevaban todos esos absurdos pensamientos? “El pensar por el pensar no es bueno”, le dijo alguna vez su gloriosa instructora de escultura, aquella mujer que siempre le incitaba a ser mediático y equilibrado, que buscara lo bueno sin ostentar a la perfección. Leonard suponía que su instructora manejaba tan bien los tipos de “representación” que conocía hábilmente las distintas formas de representar la felicidad; incluso se antojaba ambigua, escondida en algún espacio del intersticio existencial, sin embargo para Leonard todo tenía que ser perfecto, juntar el inicio con el fin. Lo triste no era lo imposible de la tarea, sino que Leonard tenía conciencia sobre ello.

Por eso deseaba regresar a las raíces. Ser un bebé, como Meryl Streep le decía en el filme “Adaptation”, “Quisiera volver a ser un bebé, volver a nacer”. Sí, regresar a la matriz estando seguros dentro de nuestra propia dependencia, donde todo nos afecta pero no somos conscientes de ello. Quería volver a ser un bebé de la escritura, un bebé del arte, un bebé de la literatura, escribir con total soltura una vez más, cual divagaciones sobre Alfred Kinsey, ahí olvidado estaba otro de sus escritos sobre el investigador estadounidense: “La duda es un concepto que acecha constantemente a la mente humana, basta con decir que la duda puede ser prejuiciosa, pues el problema se desarrolla no precisamente en la pregunta sino en la respuesta”.

¡Qué sofista!, ¡qué adulador! Le pareció aquel inicio de texto. Eso ya no lo podía lograr ni con cinco horas frente al computador, su última incursión seria dentro de la crítica de cine había iniciado así (sobre el filme “Elizabeth I”): “Aceptable adaptación del personaje histórico Elizabeth I, “La reina virgen”, hija de la segunda esposa de Enrique VIII (Ana Bolena) mujer por la cual el monarca dejó a Catalina de Aragón y a su hija, María Tudor, desligándose del poder papal…” después se quedó pensativo preguntándose dónde se hallaba la chispeante prerrogativa del intelecto mundano, eso no hablaba sobre él como escritor, no exponía una idea propia, más bien era el compilado de algo histórico, no era un ensayo… el texto sobre “Elizabeth I” iniciaba como una crónica que distaba mucho de la opinión personal. El texto no contenía nada de su amor por la escritura, del amor que tuvo alguna vez hacía cinco años atrás. Volver a la raíces sería entonces para él como borrarse la memoria, siguió pensando en su texto sobre la reina Virgen y escribió: “Enrique VIII murió dejando un heredero varón al trono de Inglaterra: Eduardo VI, sin embargo el joven murió a la edad de quince años, fue así como María Tudor (católica por herencia materna) toma el poder. Conocida como “Blood Mary” por llevar a la hoguera a cientos de protestantes, fallece sin dejar descendiente alguno, así asciende al poder Elizabeth…” ahí otra vez el relato histórico, nada fresco, nada auténtico.

Zarandeó las neuronas, supuso que ese era el precio que debía pagar por haber leído dos biografías de la Reina Virgen, una sobre María Tudor, dos sobre Enrique VIII, otras dos sobre Ana Bolena y a la par, una de cada una de las esposas del mismo Enrique VIII (o sea, Catalina de Aragón, Jane Seymour, Ana de Cleves, Catalina Howard y Catalina de Parr), sin agregar las biografías sobre los reyes católicos, así como las novelas históricas en la época Tudor; en pocas palabras el exceso de información le estaba secando el intelecto. Intentó seguir con su texto: “Como cualquier película que intenta adaptar las cuitas cortesanas, políticas y religiosas de un monarca, se atiene a la dificultad de condensar una gran cantidad de eventos relevantes cuya importancia en la historia es notable…” hasta ahí llego y hasta ahí sabía que llegaría. No podía ni quería lograr algo más serio, estaba hiper-dogmatizando uno de sus placeres más sagrados.
Se preguntó hasta qué punto las mayorías tenían injerencia sobre la información… o quizá, las minorías que se concentran en los círculos de poder y terminan por disgregar la información y el inconsciente colectivo. Por ello también se le complicaba escribir sobre Shakespeare diciéndose a sí mismo que no sabía nada sobre el teatro isabelino, por ello tenía ya en su buró una guía sobre la psicología de los personajes del dramaturgo inglés ¿pero acaso no era eso un tipo de manipulación al intelecto? Hombres sofisticados, intelectuales renombrados diciéndole cómo pensar, qué pensar, cómo dudar, de qué dudar; en años anteriores se habría lanzado a escribir sobre Shakespeare desde el fondo del corazón, ignorando la razón, diciendo, sí, sí, Porcia de “El mercader de Venecia” es una mujer impresionante por su poder de decisión que yace no únicamente en el matrimonio, sino de su deseo de ser feliz no sólo mediante la conciencia de los actos de su esposo, en quién inevitablemente confía pero tiene la necesidad de ponerle a prueba, ella quiere no a un hombre perfecto, desea a un hombre sincero…

Hoy en día escribiría algo así como que Porcia es excelente por su naturaleza de mujer renacentista, donde sabemos que su rol en la vida humanista cambia con el tiempo, ella es como es por el mismo hecho de vivir cerca de la cuna cultural, porque su padre al morir le ha dado las semillas de la creación y la elección. Porcia no es una Penélope esperando a su Ulises, no, no, ella va por Ulises para que le termine el tejido…

¿Con cuál versión se quedaría?, ¿con la del corazón o la razón?, ¿por qué habría todo de ser tan dual? Ahora que había recobrado el aparente control sobre sus sentidos volvía cuestionarse si era adecuado tener todas esas sensaciones tan “aparentemente controladas”, ¿no era acaso que la falta de todos sus desequilibrios le llevaban a pensar mejor? Y si era así, al pensar mejor no dejaba de cuestionarse a sí mismo, lo que le conllevaba a otro desequilibrio, uno más brutal, porque si el primero era netamente orgánico y biológico, el segundo se inmiscuía en las sienes, entre las redes neuronales, en la mente de Leonard, y de ahí no podía salir pues ahora era nuevamente víctima de sus propias inseguridades.

También quería salir de sus inseguridades, ser libre, ser pleno, pero no lo lograba, estaba sujeto. Pensó en Alcmeon de Crotona y sus pensamientos de unir el principio con el final, de ser perfectos como los cuerpos celestes que están en constante movimiento, inmortales porque donde se encuentra el inicio ahí mismo está el final y así nunca se muere, así se es perfecto. Pero cuando estaba pensando en eso a Leonard le vino un escalofrío. Él que siempre deseaba ser perfecto, que quería completar el círculo… ¿no era eso lo que estaba haciendo? ¿Volviendo una y otra vez al inicio? Era un ser cíclico que se auto flagelaba, que al igual que los cuerpos celestes se mantenían en movimiento, él seguía con sus emociones y sentimientos de forma cinética por la vida con un alto nivel de hipersensibilidad, se regeneraba como la autopoiesis, sólo que aquí era más viejo, dentro de un mes sería más viejo. Estaba seguro que terminaría como Simone de Beauvoir, viéndose al espejo y diciendo “Ese de ahí no soy yo”

–Pero ¿éste de aquí soy yo?- murmuraba con su cigarro en la mano. Era quién sabe qué numero de cigarro del día, oficialmente podría ser el segundo o el tercero, quizá el primero, con eso de que acababa de amanecer. Golpeó la parte del filtro con su dedo pulgar e índice, después lo prendió. Volvió a pasearse con el cigarro por toda su habitación (que no era muy grande)-Si tan sólo pudiera vivir por inercia- decía una y otra vez. En una segunda carta que la había enviado a Alfi le comentaba sobre sus deseos de haber nacido más atractivo, más jovial, menos inteligente: “Si me dieran a escoger entre ser atractivo o inteligente” decía Leonard en la carta “escogería ser atractivo, ¿para qué el intelecto?, sería un bello estúpido, pero tan estúpido que sería ignorante de mi propia ignorancia. No es que ahora sea muy inteligente, pero soy lo suficientemente consiente como para apreciar mi fealdad”

Se sentó en su cama y esparció accidentalmente un poco de cenizas sobre el colchón. Pasaba tanto tiempo pensando en cosas absurdas que ni tiempo le daba para tender la cama. “Me siento como una anciana”, había dicho Elizabeth Bennet en “Orgullo y prejuicio”, ella que tenía veinte años, ¡VEINTE! Igual que Leonard, igual él se sentía como un anciano. Entonces apagó su cigarro, porque descubrió que al llegar Jane Austen a su pensamiento había cerrado el círculo, pues no había nadie más apegado a sus raíces que la mismísima escritora inglesa. Sí, estaba en los inicios, sí era un anciano, pero daba igual, Jane le decía que valía la pena seguir, que la vida no era una novela y por lo tanto no esperara finales esperados, se puede decir que le quitó el orgullo, el prejuicio y lo persuadió a continuar con la laboriosa tarea de vivir.

Se recostó en su cama, durmió un poco y tuvo uno de esos sueños que le quitan el aliento a cualquiera por su propia naturaleza recalcitrante…

(Continua en la siguiente entrada)

miércoles, 10 de febrero de 2010

¡Nuevo blog! "Belle de Jour... Belle de Nuit"

No, no, "La campana de cristal" seguirá en pie, la diferencia es que ahora necesito un poco de aire fresco, otra forma de expreción, y quizá éste blog ya quiere caducar, pero como me niego a cerrarlo entonces prefiero cambiar de aires hipertextuales con otro blog que se llama "Belle de Jour... Belle de Nuit"

Espero lo disfruten.

lunes, 8 de febrero de 2010

Como en el cine Hollywoodense, se suele sacrificar el contenido por la forma

Saliendo de aquella clase donde siempre le decían a Leonard que no sabía nada pero sin embargo estaba en el lugar correcto para aprender todo lo que le faltaba por aprender (sin intención de ofender) se topó con uno de sus viejos amigos del viejo pensamiento. Señorito Freud, como le llamaba por su fijación al psicoanálisis, había sido uno de sus compañeros al inicio de la carrera, de eso ya tenía más de un par de años, pero se habían dejado de ver desde hacía dos años porque después de un tiempo sus horarios no congeniaron, él se había ido de intercambio (como todos parecían estarlo) y al final estaban en plena escalinata preguntándose qué había sido de la vida del otro, sin embargo la confianza ya no era la misma, pues aunque el señorito Freud era el mismo hombre de gafas grandes y chamarra intento de saco parchado en los codos cual prenda recién sacada del armario de cualquier profesor de matemáticas, era Leonard quién parecía estar algo diferente según la percepción de Freud.
Fue como un flechazo impío proclive a la destrucción, pues al instante Leonard supo que ya no era la misma cuestión aquella que se manejaba entre ambos ¿amigos? Cuestionable, porque resultaba que ahora tenía nuevas amistades y Leonard no cabía en ellas.
-Dejaste de contestar mis mensajes de texto- le dijo Leonard después de unos minutos de charla.
-No es lo mismo depender de tus padres que de ti mismo.
-¿Eso a qué viene?
-Ya no vivo en mi casa, me sacaron o me salí, depende la forma en que lo quieras ver, así que no tengo todo el ingreso monetario que desearía tener.
-Jamás lo creería de ti- era cierto que Leonard no se imaginaba ni imaginaría que el chico Freud estuviera lejos de casa o en construcción de un nuevo hogar, pero sobre todo por el aspecto de su ex compañero, quién lucia exactamente igual.
-Yo tampoco creería que te volverías fancy.
-¿Fancy? Hazme el favor.
-Eso mismo, ni te ofende el término, sino que lo ansías.
-¿Y eso a qué viene? Soy el mismo e idéntico hombre.
-Ya lo creo, eres la viva prueba de que el interior importa, porque en la periferia no eres el mismo ¿qué fue del chico que sólo usaba playeras negras y pantalones de mezclilla?
-Créeme, sólo uso pantalones de mezclilla, el día de hoy es gabardina y no tiene nada de “fancy”- Leonard se burló del término enmarcando con sus dedos un par de comillas en el aire.
-Pues antes no usabas lentes de sol.
Después del comentario del chico freudiano, Leonard se quitó los lentes. No se había percatado que aún los traía puestos.
-No sé por qué estás ligeramente agresivo.
-Hasta te ves demacrado.
Leonard empezó a reír de una forma tan auténtica como hacía mucho tiempo no lo hacía.
-¿De qué te ríes?- el chico freudiano parecía estar un poco enojado, aunque más bien usaba un tono arisco.
-Antes me cuestionabas sobre mi trabajo, mis escritos, lo que decía o quería hacer y ahora te fijas únicamente en mi imagen ¿no será que tú también cambiaste un poco?
-Si me fijo en tu aspecto exterior es que me abruma más que tú interior, seguro ahora eres pura cáscara.
Leonard no supo qué contestar, ¿el amante de Freud tenía razón? ¿Era pura cáscara, una oquedad existencial? No pudo dejar de referirse a sí mismo que antes era más como el chico freudiano, siempre sarcástico hasta la médula, hiriente por pasión al dolor ajeno y que amaba la vestimenta non-fancy (si es que así se le podía llamar a su anterior forma de vestir) lo recordó y Dios sabe la razón, pero volvió a reír más fuerte que antes, y sin importar realmente el nivel sonoro de su risa, el espíritu sí que era auténtico.
-¿Te sigues riendo eh?

-Sólo creo que sería bueno charlar más seguido, puede ser que regrese alguna parte de mí que se encuentra algo extraviada y sin intención de ser revivida, pero contigo… es extraño que me den ganas de ser petulante.
-Eso es poco halagador en cualquier sentido ¿qué fue de Edgard? Pensé que te adaptabas mejor a él.
-Edgard es un plato que se sirve mejor frío.
-Salieron mal, pues ahora pareces una chica de su séquito.
-Gracias, me esfuerzo por ser un buen cortesano, pero de mi propia corte.
-Leonard, me tengo que ir, quedé de verme con unos amigos.
-Claro Freud, todos ellos de playeras negras con estampados deslavados.
-Eso no tiene nada que ver.
-Lo mismo digo, pero honestamente creo que tú no lo ves así, le das más importancia a la forma que al contenido.
-Ya deja la huelga de hambre y también la intelectual.
-¡Oh!, gracias por recordarme lo poco culto que soy, pero muy orgulloso estoy de ser tonto, frívolo y vulgar.
-Ya supérate señorito Maugham- dijo el chico freudiano y se dio media vuelta.
-Eso sí que fue poco cortés- dijo Leonard en tono glacial.
-En eso no has cambiado… ¡en lo snob!

Freud siguió su camino.

domingo, 7 de febrero de 2010

No idealizarás… no planearás… no comerás…

Ya lo había dicho Carrie Bradshaw, lo peor de ver a tu ex, es ver a tu ex y lucir como una mierda, y una mierda era como realmente se sentía así como se veía Leonard. Sin haber comido bien por casi tres semanas… quizá más, quizá menos, ¿importa? Se preguntaba él. Se había decidido al fin a comer en forma, como debía ser dado, almuerzo, comida y cena, todo a la fuerza si era necesario. Estaba dejando los ansiolíticos y después de todo aceptó tomar un par de vitaminas –Que igual salen con total soltura por el trasero, como cualquier otra cosa- pensaba él sin estar dispuesto a dejar de fumar. Era una grave posibilidad el terminar como su profesor de cine y literatura, aquel hombre que tanto había idealizado –Y que conste sobre mi cadáver muerto y mis horas sin comer, que me había prometido no idealizar a ningún hombre- les decía a sus amigos cuando se quejaba del escritor (reputado escritor) cuya visión del cine se remitía a Chaplin y Eisenstein, solía ser algo misógino, a tal grado de enunciar que Flaubert podía manejar la psicología femenina mucho mejor que las mismas escritoras.
-¿Sabes a quién me recordó? Al escritor ese inglés que dijo sobre las mujeres: las escritoras inglesas son como perros andando en dos patas, no lo hacen tan mal y se ven graciosas.
-Yo ni lo conocía- le dijo Hanna mientras se empolvaba su pequeña nariz y acomodaba sus perforaciones faciales.
-El problema fue que idealicé demasiado al profesor. Desde hace más de dos años busco la posibilidad de tomar clase con él y resulta que no sale de sus comentarios misóginos como “¡Ah! mujeres, caíste en tu femme fatale ¿eh?”
-Yo también pensé que te caería pues mínimo bien, por lo de ser o no ser escritor.
-Ser o no ser, deja a Hamlet que ya sé porqué adora a Ricardo III, ahí todas las mujeres son una plañideras.
-¡Ah!, mujeres shakespeareanas, ¿no son la forma astuta de la mujer renacentista y a la vez el retrato estúpido de la mujer medieval?
-Da igual, callaré, callaré mi boca y silenciaré mi conciencia.
-Y dejarás de leer a Shakespeare.

Y quizás también volvería a dejar de comer. Le asustaba llegar a tal grado de adicción hacia su querida nicotina que al final estaría como su profesor de cine y literatura, tosiendo cada dos segundos con aquellas mejillas color mantequilla, pero el hombre no era el problema, la verdadera razón es que ahora su cuerpo estaba teniendo secuelas… -Y no sólo las del tiempo- pensaba mientras en la madrugada verificaba las contundentes marcas de acné así como las estrías que su cuerpo iba adquiriendo por haber bajado de peso tan repentinamente. Las verdaderas secuelas es que aparentemente a su cuerpo se le había olvidado cómo debía comer sus tres comidas al día… no podía mantener nada adentro de él por muchas horas y cuando no vomitaba se enfermaba del estómago, “¿Es que ahora qué te pasa que ya no digieres?”, le preguntaba Alfi, sin siquiera saber contestar a la pregunta porque no entendía la negativa de su cuerpo ante el alimento.

-Bueno, es que yo no decidí dejar de comer, sólo pasó.
-No eres alérgico a la comida Leonard, fue tu elección- le decía Karen, una chica que había regresado repentinamente a la facultad y con quién solía charlar en las librerías.
-Son las clases, estoy somatizando todo. El estrés estudiantil y esas cosas…- dijo mientras señalaba a los alumnos de más bajo semestre.
-¿Esas cosas?
-Esas cosas.
-¿Esas cosas?- reiteró Karen.
-Sí, ¡caramba!, esas cosas de otros semestres donde se encuentra mi ex.
-Es normal que temas encontrártelo, pero los horarios son tan dispares que no…
-No lo encontraré ¿cierto?
-Sale del baño- susurró la chica- sale del baño.
-¿Él sale del baño?- quería creer que no era Orlando quién salía del baño, pretendía engañarse pensando que los horarios eran realmente dispares, en verdad lo deseaba, pero efectivamente del baño salía.
-Leo, ¿qué hay? No te había visto, pensé que te habías ido de intercambio o algo así.


Quisieras… ¿o eso yo quisiera?, pensó Leonard antes de contestar con total elegancia, soltura y jovialidad, pues si ya una mierda era sin haber comido lo suficiente, así como teniendo dolores de estómago, boca, garganta, mentales, emocionales y todas esas cosas que aquejan a todo el mundo pero que prefieren ocultar en pro de una actitud tan civilizada como si nada pasara, pavoneándose por los pasillos sin autoproclamarse la plañidera más grande del mundo.

-Hola- dijo y enmudeció.
-Vamos a comer ¿te parece?
-Sí, ya como- comentó Leonard sin la menor elegancia, soltura o jovialidad. Arruinó el momento, pero ¿qué deseaba? Si vomitar era lo único que le salía bien últimamente.
-Luego nos vemos- se despidió Orlando con todas las características de su encanto, el ángel mortecino que aún consciente de su muerte se conduce por los caminos más felices de la existencia.
-Supongo que el amor no es amor cuando con algo lo alteras ¿verdad?- le preguntó Leonard a Karen ya de camino al comedor.
-No Shakespeare, es una marca indeleble que enfrenta tempestades y jamás se debilita… ¿sigues enamorado de él?
-No lo sé, pero quisiera que esa incertidumbre no me matara.
-Ignóralo, la próxima vez que lo veas sólo ignóralo.
-No podría, no está en mí.
-¿Cómo el comer?

-Creo que ya sé porqué no me encanta Ricardo III, todas son una plañideras, como yo.

jueves, 4 de febrero de 2010

La caída del héroe

-¿Te sientes mal? ¿Comiste algo?- preguntó su padre algo tajante pero sin intención de ofender a su hijo.
-¿Me veo mal?-preguntó Leonard con aparente ingenuidad.
-Traes esa cara como cuando te sientes morir- comentó Carlota, quién también se encontraba en el estudio de su padre.
-Ah…- dijo Leonard con un hilo de voz- no, no, estoy bien- profirió y se sintió al instante como la loca de Virginia que baja por la estantería al estudio de Leonard Woolf quién le pregunta “¿Dormiste bien? ¿Tienes dolor de cabeza?”, “Estoy bien” contesta ella igualmente con un hilo de voz, “¿Comiste algo ya?”, “No, pero seguro lo haré más tarde”, “Nada de eso, le diré a Nelly que te suba algo para el desayuno”…. decía Leonard con una pipa en la mano ¿o quizá era un puro o un cigarro? Su padre estaba fumando un cigarro, “No es necesario, estoy bien”, “Entonces será un desayuno como debe ser, sopa, pudín y todo. Si es necesario a la fuerza” ¿Cómo salir de la autoridad de quién te da de comer? ¡Ah, Virginia lo sabía!, por el corazón, “Creo que al fin tengo una primera frase” profiere ella con extrema tranquilidad y estoicismo

En verdad se está muriendo por dentro, pues aunque durmió casi cinco o seis horas, ¿quién las cuenta?, la mayor parte de ellas tuvo una gama de terribles sueños de un modo particular, de aquellos que solamente torturan a la persona en específico ya que nacen de su inconsciente, y sin embargo al despertar nada cambia pues las voces están ahí, las voces que le dicen valer nada, ni ella ni su vida, porque cuando se despierta a pesar de haberse extinto el dolor de cabeza se manifiesta instintivamente dentro de la misma conciencia ¿para qué salir al mundo? ¿Por qué no quedarse aquí en la habitación propia? Dormir, dormir hasta no despertar jamás. Su esposo lo sabía, le leía la mente tan fácilmente, por ello le obligaba a comer, pero con su escritura no se metía, con su espíritu creativo ni tocarlo, si tenía la primera frase para su nueva novela la intención era intocable, que fuera ella misma y la escribiera, sí, como la señora Dalloway comprando las flores con su propia autonomía, viendo a la reina pasar en su gran carro, presintiendo los pensamientos de aquellos que le rodean envueltos en la estela de las avionetas que surcan el cielo, es ahora una “U”, o una “L”, o una “C”, o lo que les mande el entendimiento…

-Tienes que comer algo- dijo su padre sin mirarlo a los ojos, siguió en lo suyo, cual Leonard Woolf acomodando los papeles para Hogarth Press. En ese momento Leonard esperaba que su padre levantara su cabeza y le dijera “Ni un escritor nuevo, mira lo que escriben, tres errores de ortografía y cinco de estilo… y eso que voy en la página número tres, escucha: el caballero que no puede sentir jamás volver… ¿no es sublime dentro de lo grotesco? “Sí, sí Leonard, contestaría Virginia”.
-No tengo hambre, estoy bien…
-Te llamó Susana, pero le dije que estabas durmiendo- apuntó Carlota igual en lo suyo con la mirada puesta en los papeles.
-No quiero contestar las llamadas de nadie.
-¡Oh!, por supuesto señorito- bufó su hermana- estamos aquí para atender sus necesidades.
-No tiene importancia, después de la lluvia el teléfono se volvió a averiar, la última llamada que entró fue la de Susana- su padre sacó el humo por la nariz y después con dos ligeros toques sacudió la ceniza en su pequeño cenicero de cristal.
- Es verdad, no tiene importancia- igual creía que era absurdo lo del teléfono, ya que en pleno siglo XXI no era la única forma de contactar a las personas, pero lo absurdo era aquello que tenía importancia para él, no quería ver a ninguno de sus amigos más antiguos, hablarían de sus “depresiones exprés” de cuatro meses… “muy exprés”, y la única forma con la cual se contactaba con aquellas amistades era mediante el teléfono. Él realmente adoraba las llamadas por teléfono.
-Deberías hablarle, se oía un poco preocupada.
¿Por quién se sentirá preocupada?- examinó en su interior Leonard- importa poco y al demonio, se acabó la amistad incondicional, si quieren algo tendrán que buscarlo en otra parte, no estoy para nada, hoy no, para nada serio, es oficial que no sostendré la mano de nadie, tantas manos he sostenido como ojos llorado mi hombro y aún así nadie hace eso cuando es mi turno, bien, que la naturaleza sea mi aliada en estos días nublados.
-Ya me llamará al celular si es tan urgente- dijo él y se retiró.
-Come algo- le insistió su padre ya a lo lejos. La verdad es que no podía obligarlo, hacía tiempo que no lo obligaba a nada porque Leonard hacía todo lo que se podía hacer bien delante de sus ojos.
-Más tarde, cuando deje de llover- canturreó Leonard con un sublime eco en el pasillo.

martes, 2 de febrero de 2010

Non -ficción

Estoy jodido, estoy cansado, estoy enojado, ahora sí va que esto no es ficción, estoy cansado que las personas me pregunten si estoy o no en el closet, estoy cansado de que me inciten a salir de él, estoy cansado de que me gusten las mujeres y los hombres, estoy enojado, pero muy muy encabronado ahora sí, por ceder ante el mundo, ante todo y sobre todo, a que mis gustos sean una mera masa contextual, estoy harto y hasta la madre, sí, hasta la mera madre, NUNCA USO ESAS PALABRAS porque soy tan recatado, pero ahora sí estoy hasta la madre, estoy cansado de quererme dar un tiro de vez en vez, de querer tirarme por la ventana y después que caiga mi campana de cristal sobre mí estúpida cabeza, NO, NO, NO, NO CARAJO no vivo en un clóset, ni en un armario, lo mío, lo mío, lo mío es la mera y puta campana de cristal, ahí donde esté yo sentado siempre me removeré en mi mismo aire viciado, JODER, que no se puede ni escribir esto de forma que no se sea autocompasivo, me irrita que mis amigos hagan como si nada sucediera, que no pasa nada, que mis amigos más cercanos vivan con esa imagen de que en algún momento regresaré al buen camino, que todo se olvidará, sólo porque les confesé de mi amor por un hombre que me rompió el corazón en mil pedazos y aún así lo sigo amando, al carajo con ello, pero igual que el baile sigua, que la corte siga danzando, la vida es un teatro ¿no?, ¿no me dice eso siempre la ficción? Estoy en un momento de mi vida que no sé quién soy. Siempre poniéndome a prueba, siempre inferior, oh, oh, oh, oh la gente no deja de decirme que tengo problemas, oh, oh, oh, la gente no deja de decirme que mi vida es perfecta, aquí o allá al parecer no sé ya qué pasa, odio vivir de la opinión pública, me odio, uff ya lo dije, me odio a radiar, hoy de camino a casa me di cuenta de una sola cosa: he perdido mi identidad, veinte años, ya casi a los veintiún años y no tengo ni pizca de identidad