martes, 27 de octubre de 2009

Je m’ennuie

¿Y cuanto desprecio más estaría dispuesto a soportar?, ¿cuántas frustraciones? Después de todo plasmar sus fobias y filias sobre el papel no le estaba funcionando, Leonard se estaba secando, se recordaba al escritor ebrio de “Barton Fink”: Cuando no escribo bebo, decía él, mientras Leonard pensaba que cuando no podía escribir se deprimía, pero si se deprimía mucho entonces podía escribir, era como un bucle existencial al cual estaba atado de por vida, ¿era la edad? Todo se presumía demasiado circunstancial, excesivamente rutinario y a la vez arbitrario, no tenía una razón estable de ser, como si fuera la insoportable levedad del ser, estaba en un vaivén y eso le estaba cansando, pero ¿cuándo no estaba cansado? “Siempre tienes flojera”, le decía Carlota, y Carlota no mentía.
Leonard sí, él mentía todo el tiempo aunque no fuera del todo consciente de su propia falsedad, se había propuesto ser honesto y transparente, pero al parecer cuando lo hizo no hubo más que destrucción en cuanto a su experiencia, le quedaba volverlo a intentar una y otra vez hasta que muriera, le quedaba hacerlo por el resto de su vida para poderlo sobrellevar. Estaba en una etapa estúpida de su vida, todo el mundo luchaba por sobrevivir en una recesión mundial mientras él tomaba la historia de la Revolución Francesa en sus manos y la leía con entero asombro, pero hasta ahí, no había nada más, ¿no era suficiente? Cada libro que leía le dejaba algo en particular, pero él gastaba mucho en libros cuando apenas tenía para el almuerzo, gastaba mucho tiempo pensando en su habitación que si somos las palabras de nuestra propia historia y si acaso existía muchos puntos y comas a favor, después se disolvía en un suspiro para pensar en las fiestas, los eventos y saltar de corte en corte social para satisfacer sus fascinaciones por sus coetáneos. Era basura, él se percataba de que su vida se asemejaba a una complaciente basura.
Allá en su ciudad provinciana sus padres hacían todo lo posible para que él viviera bien, tuviera su departamento y todo lo necesario para la subsistencia, él también hacía unos trabajillos aquí y allá, pero hasta el momento no tenía autosuficiencia, la mayor autonomía a la que podía aspirar era la que se encontraba en su cerebro, por eso se remitía a ella, por ello se encerraba largas horas fumando y bebiendo café como vil enajenado, pero aún así, dentro de todos esos placeres que suprimen a los vicios (o que bien los alimentan) él no tenía el completo control de su mente, del cerebro ¿quién lo tenía realmente? Por un momento leía sobre los estados generales en la Francia a finales del 1700 y después su mente volaba hacia sus seres queridos, a las personas que no veía desde hacía un par de semanas, de Susana, Samantha o Elizabeth, de sus traumas, se aferraba mucho a sus traumas, y ahí en plena discusión sobre quienes tienen o no para comprar pan en la revolución, él se iba por quienes tiene afecto en la actualidad. No, no podía controlar su mente, era patética la demostración de su falta de control.
Después, cuando lograba enfocarse no podía concluir la idea, cerrar el círculo, ¡existía un bache!, ¡había un surco que le evitaba llegar al clímax de la reflexión!, y el surco era su ignorancia. ¿Tenía que ser más culto?, el ambiente se lo pedía, las circunstancias lo ameritaban, pero él no quería arriesgar más el pellejo existencial. La masa gris se arremolinaba fugazmente intentando crear una forma concreta, decir: ¡Aquí está la razón del ser, del estudiar, la plenitud de la vida, tómala y hazla tuya, ponle las manos encima!
Ni los nombres de Foubert, Rousseau y Montesquieu le decían algo, ahí estaban todos ellos en el libro sobre la Revolución Francesa, sus frases e ideas, pero de Leonard no salía nada, apenas había leído frases sobre ellos, pero ningún libro, adoraba a Rousseau, pero no era especialmente docto en su vida, quizá por ello el círculo seguía sin completarse, quizá él mismo estaba aburguesado y debía salir de su habitación, de sus tontas fiestas y enfrentarse al mundo de verdad, pero una vez más ¿cuál era ese?
Una nota se deslizó por debajo de su puerta. Leonard notó el pequeño sonido que lo sacó de su trance involuntario. Tardó en pararse de su silla e ir en busca de aquel papelito absurdo y doblado. Desdobló el papel, la nota decía: “T.Q.M!”. ¿Qué significaba aquello?... ¿tenía alguno? Abrió la puerta pero no vio a nadie. Entró en su departamento, arrugó la nota y la tiró en el cesto de la basura, sólo eran letras vanas que evidentemente significaban algo (te quiero mucho ¿podría ser?) pero el emisor no tenía el coraje para expresarlo abiertamente. Alguien más no podía llegar al clímax existencial. En otro momento le hubiera parecido interesante, intrigante o romántico, pero en ese momento le pareció sin sentido y muy cobarde el asunto. Si era una declaración de amor, era una declaración muy mezquina.
Y de la misma forma en que María Antonieta había arrugado y quemado la nota enviada por el cardenal de Rohan (aclarando el caso de un carísimo collar para la reina), Leonard olvidó de inmediato la existencia de aquella nota y volvió a su libro.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Pre aviso en pro de la putifiesta

La cosa se había dado más bien de una forma muy rara, aparentemente circunstancial pero totalmente brutal.
Leonard conocía a Lola, aunque todos le decían Lolita en la misma facultad de artes, ambos habían intercambiado un par de ideas, diálogos y algunos monólogos sobre cosas simples: la ropa y la moda, y aunque Leonard sabía poco o nada, Lolita siempre lo ilustraba con algo sorprendente e inaudito, quizá todo le parecía más inaudito porque no tenía conocimiento del tema, sin embargo Leonard la escuchaba con atención y cada vez que se veían él se acercaba a su grupo social y decía: “Pero si aquí está la gente bonita”, un comentario que al parecer llevaría a Leonard a una especie de calvario social. Ya que al ir diciendo eso por el pasillo (adjuntado al barullo de su retrato en una Bienal pro acoso sexual) la sexualidad de Leonard estaba siendo cuestionada a cada palmo, pero eso a él ya no le interesaba… hasta que llegó Petter.
Petter era pura pulsión, un chico de intercambio (como solían ser las torturas de Leonard) que curiosamente había conocido en las vacaciones sin siquiera saber que se volverían a encontrar.

-Leonard- dijo Lolita un día de aquellos que ni son soleados y ni realmente nublados, siempre existía la tentativa de una tenue llovizna.
-Lo-li-ta- fragmentó Leonard el nombre haciendo alusión a Alizée- pero si aquí está la gente bonita- recitó él con total naturalidad.
Lolita sonrió ampliamente, tanto que daba un poco de miedo, algo se traía entre dientes.
-Te presento a Petter- y como si hubiera salido de su trasero apareció el mismo chico ni negro, ni blanco, ni muy regional, ni local, ni desconocido, era el chico borderline, o así se había definido él mismo la vez anterior, de eso ya más de tres meses –Petter, él es Leonard.
Petter sonrió sagazmente, frescos y audaces sus labios se curvearon con total encanto, la cacería al parecer había iniciado.
-Ya lo conozco- dijo Petter alegremente.
-¡Ah!, pero si conoces a todos los hombres del mundo- Lolita parecía un poco decepcionada – ¿de dónde lo conoces?
-De un viaje- Petter se mordió el labio inferior – es piscis y es un depresivo.
-¿Siempre ha sido tan halagador el muchacho?- inquirió Leonard fingiendo que no existía Petter al dirigirse únicamente a Lolita.
-Pero ahora no te ves triste- Petter meneó la cabeza como si quisiera mostrar una amplia cabellera, lo cual era absurdo, pues tenía el cabello corto peinado estilo ¿mohicano? ¿Mal samaritano?
-Eso es porque no lo estoy- y no lo estaba, en ese momento le entraron ganas de vomitar, no única y exclusivamente por Petter, sino por todo lo que conllevaba el asunto de volverlo a ver, de recordar el viaje, lo que había pasado antes del viaje, sus ganas de tirarse por la ventana, la molestia del fin de semestre, la constante autoflagelación, era como si aquel chico viniera a recordarle todo aquello que estaba intentando olvidar pero que se negaba a ser borrado de su memoria.
-Ahora eres cool- Petter parecía drogado, un chico borderline cool ligeramente drogado pero sin pudor por demostrar su aparente desubicación temporal/espacial, fue cuando volvió a reaccionar- ¡oh, oh!, va a ser mi fiesta, tienes que ir a mi fiesta, todos irán a mi fiesta, Dolores irá a mi fiesta, la putifiesta del nuevo siglo de los nuevos putos y no putos.
Leonard alzó su mano izquierda y se acomodó el mechón de cabello que colgaba en su frente, el asunto de la putifiesta era algo excesivo, pero en fin ¿qué podría pasar?

-De todo Leo, ay, ay, de todo- decía Morgause, una chica con la cual Leonard podía hablar cada vez que deseaba enunciar la frase “Siento que actúo frente a todo el mundo”, después de todo entre Morgause y Leonard existía un vínculo maniacodepresivo, ambos tenían sus periodos de locura- mi psiquiatra dice que ahora mismo me encuentro en mis cuatro meses de manía- dijo Morgause- si quieres te acompaño a la putifiesta, porque ay Leo, una vez, unas de las amigas lesbianas de Petter me contaron… olvídalo, te va a dar asco, sólo te digo que no comas del mismo plato porque nunca sabes dónde han estado sus manos o sus dedos.
Leonard puso cara de asco -¿Conocías a Petter?, ¿de dónde?
-De una putifiesta, bueno, algo así, de una putiexcursión… ay ese hombre le agrega “puti” a todo lo que puede. Le presté mi sudadera no recuerdo porque, y me la regresó toda sudada- el tono de voz que empleaba Morgause denotaba horror, al parecer la experiencia le había parecido no sólo desagradable sino también aterradora- húmeda Leo, totalmente húmeda, ¿por qué tenía que sudar mi sudadera? Entiendo que las sudaderas sean para sudar, pero no sudas una sudadera ajena, no como la sudó Pette.
-Suena desagradable…
-Fue desagradable, parecía que la sumergió en un estanque o algo así… creo que la sudó cuando se perdió en los matorrales con ese chico de biología… no sé cómo se llame pero también es amigo de Lolita y era novio de Pette.
Leonard hizo una mueca –O sea que el propósito de Lolita era ¿emparentarme con Pette?
-Yo creo, con eso del Nick y que le dices “aquí está la gente bonita”, pues tal vez pensó que te interesaría conocer…
-¿Gente igual de folclórica?- le interrumpió Leonard.
-Tú no eres folk Leo, eres… ay no sé lo que eres, pero similar a Pette no eres.
-Pues es curioso que lo digas, le pregunté a Lolita las intenciones que tenía cuando me presentó a Pette y dijo: “Ay son tan idénticos”.
-Sobre todo- dijo Morgause irónicamente- la diferencia es que tú agregas la palabra “Woolf” a todo, y el “puti”.
- Como voy a Woolferar
-No, eso sería más de él, sería voy a putigolfear.
-No puede ser tan malo.
-No es malo, no es nada malo Leo, es un chico muy agradable y contento, y fugaz, pero eso no quita que haya sudado mi sudadera.

De regreso en la facultad, pensando en cosas supuestamente más trascendentes que la putifiesta, Leonard salía de su clase de Semiología con ideas sobre el eterno lenguaje social y todos sus códigos, los conjuntos de signos y sobre todo, que el signo era ante el mundo un estímulo.
-Leonardo- dijo una voz a su espalda. Leonard dio la vuelta y vio a su ya antiguo amigo Edgard.
-Edgardo- canturreó Leonard con abierta desfachatez.
-¡Petter!- gritó Edgard- ¿Qué se cree?, ¿la nueva diva de la escuela? Decirle puti a una fiesta sólo porque es una fiesta organizada por un gay, ni siquiera van a ir puros gays, está invitando a todo el que se le cruza, seguro te invitó.
-Sí, fue justo cuando nos presentó Lolita.
Y ahí, en plena palabra Leonard sintió que se abría una escena de “Las mujeres” de George Cukor, él era Norma Shearer mientras Edgard interpretaba a la estupenda Rosalind Russell.
-Nooooooooooo- dijo Edgard- qué tragedia, no puedo creerlo, todos saben que Lolita presenta amigos con amigos para que se junten como si se creyera un Cupido, como si funcionaran las relaciones que ella junta en pro de lo que sea.
-Pues sí, algo así supe.
-¿Qué vas hacer?- Edgard se encorvó ligeramente como si no quisiera que su voz llegara más allá de un par de centímetros a la redonda.
-Nada.
-Deberías ir a la putifiesta, yo te acompaño, que vea que no estás sólo después de lo de Nick, casi todo mundo lo sabe, pero no te preocupes por eso, me enteré que Petter estaba con Armando, un chico de biología ¡de esta misma universidad! ¿puedes creerlo?, es de intercambio el muchacho, tiene a su amiga Lolita aquí como de interfaz con los hombres de nuestra localidad, que sepa Petter viene de una escuela muy cercana, cercanísima, venía para pasar más tiempo con su novio, pero todo salió mal y rompieron, por eso te lo presentaron, eres el sustituto.
-No lo creo, realmente soy la diversión…
-Ahí va, mira, el putiex- Edgard señaló a un chico de tez morena pero carente de aliciente, era delgado, casi famélico, con un cabello enmarañado, muy chino y con tinte cuasi rubio, el chico tenía cara de desconcierto -yo me ofendería si me tomaran como el sustituto de eso- enmarcó Edgard.
-¿Estás seguro que lo ofensivo para ti, no es haber sido el sustituto?- Leonard dudaba que aquel fuera Armando, o siquiera existiera el tal Armando, la verdad, intentaba que Petter no se le metiera a la cabeza, porque si no intentaría sacarle provecho como al anterior chico de intercambio, y a la vez, también intentaba sacar a Edgard de su vida.
-Di lo que quieras Leonardo, pero no me gustaría ser el segundón de “eso”.
La verdad era que el chico que había señalado Edgard no era muy agraciado… quizá nada agraciado, pero Leonard no lo era tampoco, ni siquiera se sentía ligeramente atractivo, así que mejor dejar la discusión para otro día.
-Bueno Edgardo, los “esos” y los “aquellos” no son mi tipo, ni mi estilo. Te dejo, pero quién sabe, quizá nos veamos en la putifiesta, no sé si asista.
-Yo si voy, no me pierdo esa vulgar locura ni por asomo.

Se despidieron y Leonard se preguntaba cómo se había deteriorado la amistad entre ellos. Antes Edgard le llamaba por teléfono y le alentaba a seguir adelante, ahora le tendía trampas muy al estilo de Rosalind Russell en “Las mujeres”, pero aquí, era cosa de hombres.

lunes, 12 de octubre de 2009

Kid please try harder

Leonard estaba teniendo su momento de serie norteamericana sobrevalorada; de esos donde el personaje (principal, secundario o de mínima importancia) se queda con la mirada fija en pro de algún pensamiento supuestamente “profundo” mientras una canción del algún intérprete independiente o poco conocido suena de fondo.
Aquí Leonard tomaba café frente al computador mientras el grupo australiano Faker tocaba “Kid please try harder”, ahí estaba su escena sobrevalorada, como toda la vida de cualquier persona, cada momento se puede infravalorar o sobreestimar, todo dependía del autoestima de cada uno. Se dignaba a editar una pequeña animación en la cual, al parecer no le había quedado tan mal, evidentemente podía ser mejor, pero también era evidente que no tenía tanto tiempo como para mejorarla. Entonces postró la mirada sobre los pequeños botones bajo el monitor y pensó en el tiempo, la producción y la obra, sobre el frenético nivel de producción que podía llevarse a cabo en su escuela de arte, en el número de alumnos todos ellos con grandes y buenas ideas… bueno, muchas ideas en un mismo edificio lleno de sintonías mentales que colapsan en el papel, cartón, yeso, tela, fotografía, video o lo que fuera, realmente ¿cuántas piezas se producían al año? Y lo que le consternaba un poco ¿cuántas de esas piezas estaban bien realizadas y no sólo sustentadas en buenos impulsos asesinados por la falta de tiempo?
Él tenía cuatro animaciones que hacer, dos programas de televisión por producir, una exposición sobre la escultura del neoclásico, a la vez un ensayo sobre la misma escultura durante la Revolución Francesa, a parte debía grabarse los códigos sociales y le guión, que no se le olvidara el guión… no es que fueran muchas actividades, pero quería hacerlas bien, sin embargo el tiempo no lo permitía ¿cómo lo lograban otros chicos?, sabía de aquellos que hacían 50 pinturas para final de curso e infinidad de fotografías, revelados o que producían escultura basada en un gran proyecto, que grababan videos, buenos cortometrajes y después por si no fuera suficiente, se iban a bailar y embriagarse, ponerse como una cuba y levantarse al día siguiente para pintar un óleo a favor del action painting, y Leonard se estaba muriendo con unos cuantos libros sobre la Revolución Francesa, la Revolución Industrial y la Revolución Masónica, al parecer su vida dispuesta a ser revolucionada, el problema es que los cambios llevaban tiempo y dolor, se repetía en su cabeza -¿No había sido suficiente con el verano?

-Te gusta ser un ñoño- le había dicho Alfi –da hueva, a mí me da hueva- dijo aquel chico poniendo cara de asco cuando Leonard le comentó sobre la mentada Revolución Francesa.
-Soy un snob, leí la Revolución por parte de María Antonieta, la reina mártir no era el pueblo, no me sé la historia del pueblo.
-Seguro vas a terminar odiándola después de leer la versión del pueblo.
-Lo dudo, la amo demasiado.
-Bueno, los aristócratas nacen, los burgueses se hacen, no te queda más que hacerte… como una vieja estirada o algo parecido.
-Una vieja estirada que hace animaciones a las tres de la madrugada.
-Ya wey, una vieja estirada insomne que hace animaciones a las tres de la madrugada, ¿o prefieres frígida?

-Alfi- pensó Leonard en ese momento que daba un sorbo a su café- hace tiempo que no sé nada de él- se preguntaba si al menos se sentía cómodo en el medio artístico y sus bizarras exigencias, aunque podía ser que sólo a Leonard le parecía bizarro el asunto del arte, un asunto elitista, bizarro, carroñero e hipócrita -¡Ahí está el tiempo!- gritó.
Después se percató que había pasado demasiado tiempo buscando tener alguna clase de participación con los chicos ebrios, colgados, de Bienales, buena onda, eruditos, ermitaños, músicos, enciclopedias andantes, escritoras, guionistas, existencialistas, al parecer seguía buscando un núcleo de poderío social, seguía sin bastarle su propia cabeza y como buen ser gregario necesitaba asociarse, pero cuando se sumergía más allá de lo deseado, las cosas perdían el interés, lo superficial parecía mantener el misterioso encanto de la sorpresa, el no develar ni destrozar a una persona de un solo tajo, de no desmembrar tres revoluciones seguidas en menos de dos meses, de no animar por animar y ver como los objetos cobran “vida”, de no vivir al estilo acción/reacción, como el martillazo que da el doctor en la rodilla para medir los reflejos, podía ser que los reflejos de sus compañeros y de él mismo estuvieran siempre activos, el problema era que sólo les llevaba a tirar una patada al aire, de golpear, partir lo inmaterial y sucumbir ante la nada.
¿Entonces dónde estaba la respuesta?, ¿dormir menos, pensar más, intentar lo que fuera con mayor energía, ser más letrado?, ¿de qué servía tanto conocimiento, de qué servía si no se podía mantener el ritmo? Justo en ese momento se sentía obsoleto, Leonard tomaba su taza con café y sentía que el postmodernismo le dictaba un futuro obsoleto, sin importar el tiempo, las ganas y el esfuerzo era probable que no lograra nada.
Entonces lo entendió, como había de ser, el final no era precisamente la meta, sino esos momentos tanto profundos como superficiales de alto contenido reconfortante, poder desflorar sus libros y leer: “Entonces la Revolución Francesa se hizo así…”, entonces correrían las letras y sentiría el éxtasis, después se relajaría haciendo que las cosas cobraran vida en el monitor o se regodearía en el estrés de la realización en televisión, porque vivía por la experiencia, no por el conocimiento.

Efectivamente, estaba teniendo su momento de serie norteamericana sobrevalorada. “Faker” terminó de cantar.

martes, 6 de octubre de 2009

Tú eres importante, yo soy importante, ellos son importantes, pero no todos podemos ser importantes

Al fin, una aureola de aceptación llegó a su correo electrónico- Patético- la oportunidad de acceder a algo nuevo y bueno, a Leonard le había llegado la invitación a una presentación del libro cuya autora conocía –patético- el libro hablaba sobre la seguridad interna del estudiante promedio –patético- en un medio tan aguerrido como lo era el arte –patético- la persona que escribía todo era su antigua tutora que al parecer había tomado gran parte de las charlas con su tutorando –el patético de Leonard- para escribir un nuevo relato corto –patético- con tintes “enteramente” reales.
-Es patético- seguía pensando Leonard en su cabeza, alguien se le estaba adelantando… ¿o era que ya estaba severamente adelantada para su edad? Porque su tutora era joven, tenía al menos unos quince años más que él pero muchísimo más ingenio, producto de todos esos años de trabajo como editora, sin embargo no era justo que lograra obtener su tema, SU TEMA, el tema de Leonard ¿tan quejica había sido con su tutora que ahora tenía el material suficiente para crear una historia? –Bueno, bueno, es escritora, dale crédito- se reprendió Leonard- se puede decir que por toda su trayectoria puede inventar lo que le venga en gana, relatar lo que sea a la hora que sea… a diferencia de mí.
Llegó al evento después de un largo día de trabajo, ahora estaba avanzando en su guión al tomar un poco de la vida de todos aquellos que la habían trastornado la existencia, decidió omitir a Nick, ya le había dado demasiada importancia, también a Cecelia a quién decidiría erradicar de su vida, había hecho una cita con ella para la siguiente semana, la tenía esperando desde hacía un par de días, el punto sería decirle: “Púdrete, sigue con tu vida y yo con la mía”. Claro que no se podría hacer tal acotación, pero disfrutaba paladear el pensamiento.

Y con todo eso, después de pasar todo un día de ocho de la mañana a las ocho de la noche en la escuela, emprendió hacia la presentación del libro que iniciaba a las ocho y media, y estando ahí descubrió que no conocía a nadie, que nadie le hablaba, que era insignificante dentro del bla, bla, bla…
-Leo, bien que viniste- dijo su ex tutora que se apropiaba de la vida de su ex tutorado.
-Pensé que llegaría tarde.
-Ya es tarde pero estamos por iniciar, voy a la mesa de allá, voy al centro.
-Qué bien- Leonard no sabía qué decir, estaba perdiendo la poca elocuencia que tenía; si no se cuidaba terminaría como el pútrido personaje de Stephanie Meyer, autora del churro crepusculiano, cual adulto/¿adolescente? Subdesarrollado, tímido y sin una gota de seguridad en sí mismo.

La mujer quince años mayor que él subió a la mesilla encontrada ante el público, el salón era relativamente pequeño para tanta audiencia, sin embargo lo importante era el fastuoso jardín de las afueras donde se encontraba el vino, bocadillos y los libros a vender, pues todos debían tomar uno. Con la autora se encontraban tres hombres y una mujer, quién inauguró el asunto, presentando a las altísimas serenísimas representaciones de la mesilla: uno era especialista en sociología, el otro un político de la localidad, el tercero un escritor, autor de varios dramas políticos, también pedagogo.
Uno por uno fueron dando su opinión sobre el libro, que más allá de opinión eran halagos prefabricados y muy elocuentes a favor de la compra del libro; a Leonard no le incomodaba el asunto, la cosa era vender ¿pero acaso no podían hacerlo de forma más dinámica? Toda esa palabrería insulsa sólo para culminar en: La generación de ahora ¿la generación del vacío?

– ¿Quiénes se creen Gilles Lipovetsky?- pensaba él.
El sociólogo dijo que era real y palpable los retratos de jóvenes que van más allá de los supuestos placeres carnales, que ahora la lucha es interna ya que no existe nada papable de lo cual se puedan sostener esta nueva generación de artistas irónicos pero nada punzantes, sólo les quedaba reírse de la sociedad pues no existía esperanza alguna para ellos.
-Menos mal que somos pocos los de mi generación- seguía pensando Leonard- no sea que propicie algún suicidio.
El político leyó un texto que se presentía redactado por alguien más, pero por desgracia tampoco era un gran pensador. Laraleó y laraleó sílaba por sílaba sin llegar más allá de una breve conclusión sobre el deber de ayudar a la nueva generación que va en picada.
El escritor recomendó enteramente el libro que deja los sermones y el aleccionamiento de todo por el todo para darnos una visión hiriente, mas no por ello menos verídica, de ciertos puntos de la juventud actual que llora por dentro y finge por fuera.

Antes de que cualquiera de ellos hablara fue presentado con su extenso currículum de dónde trabajaron, en qué habían participado, con quién colaborado, sólo faltaba enunciar con quién tuvieron un acercamiento amoroso.
Entonces la moderadora dijo: “Oh, bueno, pero al señor (aquí el nombre del reputado escritor) lo conocí en París, cuando tomé mi seminario de (aquí el nombre de algo pomposo).
-Ah sí, claro- dijo el escritor- el seminario (pomposo) también lo impartí en Berlín y Kiev, pero no vuelvo a dar algo así, es muy cansado.
-También estuvo en Milán, ¿no es así?- dijo el sociólogo.
-Claro, pero no por el seminario (pomposo) sino por la presentación de mi último libro.
-Estuve ahí, Milán es hermosa pero no tanto como Venecia, unos estudios me llevaron por esos rumbos.
-Claro, claro- dijo la moderadora- yo estuve con usted en Venecia…
-¿Cómo olvidarlo?- contestó el sociólogo – hizo excelentes apuntes sobre las máscaras del festival Veneciano.
-Son hermosas- dijo la autora del libro, ya algo incómoda por la desviación del tema.
-No lo dudo, pero ahora el vino- dijo el politiquillo.
-Pero qué cliché- pensó Leonard.

Ya afuera en la sala del vino y los bocadillos, Leonard sentía que no encajaba, no tenía ningún pretexto para estar ahí, porque para todos él era la representación de la generación del vacío.
Mientras caminaba entre tan reputadas personalidades de la escritura, el arte, la sociología y la política, no dejaba de escuchar comentarios tales como: “Fantástico”, “Interesante ¿no te parece?”, “Algo previsible pero así puede ser en verdad”, “¿En quién se habrá basado el personaje principal?”, “¿Será verdadero?”. Leonard tomó uno de los libros que estaba en exhibición y leyó para sí:

“La historia de Luka, un joven que se traslada de su pequeño condado a una ciudad ligeramente más preponderante donde pululará entre los menesteres hasta ahora prohibidos en su anterior círculo social. La estructura vivencial de Luka se viene abajo cuando conoce a gente que considera interesante y peligrosa, comienza a perder sus valores hasta llegar a un clímax existencial en el cual se convierte en un snob citadino…”

Leonard detuvo su prematura lectura sobre aquel prematuro libro, era obvio que Luka no era él, pero también había algo de él en Luka. Compró el libro, ni qué hacerle, la antología de Sylvia Plath y el mismísimo Mishima tendrían que esperar, y con ellos todas sus tendencias suicidas. Leería el libro y después juzgaría a su ex tutora.
Se escondió en una esquina del jardín para poder fumar, algo bueno tenía que sacar después de tanto ajetreo, aún estaba apesadumbrado, así se quedó en la esquina, sólo con su cigarro en una mano y el posible plagio de su vida en la otra.