jueves, 27 de agosto de 2009

Dos bailarines bien cimentados, cincuenta tutus mal logrados y otra oportunidad de arribismo cultural

“La casa de la cultura” era un lugar donde los jóvenes y niños, también adultos y algunos ancianos, bueno, cualquier ser humano, podía ir a tomar un curso “Cultural” que englobaba el canto, la pintura, las artes marciales, la danza folclórica, la danza clásica, el baile absurdo de brinco, trota, arrástrate y otros cursos más que daban cauce a la ocupación veraniega de todas aquellas personas que, o bien buscaban aprender algo útil en vacaciones o quizá sólo deseaban salir de casa, deshacerse de sus padres, hijos o lo que fuera, para algunos los cursos de ballet eran la perfecta guardería con tutus.
Después de su viaje Leonard asistió a la clausura de TODOS esos talleres, su amiga Mariana iba a cantar y le había invitado a la clausura, el problema es que no sabía la hora de su momento y la espera fue un poco larga… un poco en sentido nada figurado.
Inició el programa y pasó un grupo de niñas entre los cinco y los ocho años, un número realmente encantador que cualquier padre de familia atesoraría más allá de ser el producto de deshacerse de su hija en verano. Pero después de ese número hubo otro más de “supuesto ballet” donde las niñas se paseaban en semi puntitas con sus tutus rosas bellamente ornamentados, sin embargo después del quinto número de niñitas tontas (y corporalmente desequilibradas) la cosa no parecía muy entretenida, ni los tutus eran bonitos, y si lo eran, eran de esas cosas bonitas pero aburridas, aburridísimas.
Leonard se enteró que para las personas que organizaban el evento TODOS los números de ballet equivalían a UN SÓLO número, y al enterarse que su amiga entraría en el número diez, Leonard se preguntó cuántos tutus valían su amistad con Mariana.
Después de los tutus, pasó un muchacho muy delgado (tanto que Leonard se sintió más gordo de lo usual) e hizo un “solo” impresionante. Movió sus pies fluidamente, su torso, cabeza, manos, era ballet pero con un poco de regodeo contemporáneo, la danza clásica yacía en él como mero pretexto de expresión, pues tomó lo que le servía y desechó el resto. Leonard se deleitó porque era la única persona que hasta el momento sabía bailar o expresarse mediante la danza… clásica o como fuera.
Pasó el bailarín, pasaron los niñitos de artes marciales, pasaron bailes datados en los años cincuenta con chicas cuyas faldas eran lustrosas, dentro de tanta niña en aquel baile inspirado en la película “Vaselina” sólo había un chico que bailase y no era el bailarín de ballet; este era una cosa rara, conjunción de encanto y pena, pues bailoteaba torpemente dentro del escenario, daba saltitos y se sentía John Travolta, al menos en lo delgado – ¿Qué tenían los bailarines con ser delgados?- se preguntaba Leonard quién veía número tras número, las chicas de ahí no eran muy esbeltas, las bailarinas de árabe, tahitiano y todo aquello que representara mover el bule bule, no eran más que un par de muchachas algo regordetas o semi famélicas ¿cuál era la razón de hacer el ridículo? El chico que se sentía Travolta no era más que el precursor de la pena ajena y algunas chicas que bailaban sólo se exponían cual pedazo de carne al que se le podía chiflar, aullar o ronronear. Leonard no hacía eso, su pasión tanto por las mujeres como por los hombres había muerto, más bien por la humanidad, había perdido su confianza en la humanidad.
Después de un baile de los setentas, otros dos folclóricos, una rondalla, tres coros, unas niñas que fingían hacer gimnasia, unos chicos de kick boxing, karate y más y más jovialidades llegó el turno de Mariana y el sonido terminó por arruinar su canción, la acústica del lugar era mala, las bocinas terribles, de cualquier modo ella no se desanimó.
-Lo volveré a hacer, siempre puedo hacerlo- dijo ella con jovial encanto.
-Me alegra que así lo veas.
¿Qué más podía decir Leonard? Qué realmente deseaba tener su entusiasmo y decisión. La espera había valido la pena.

Una vez que se despidió de Mariana se dispuso a salir del evento, y afuera se encontró con Martina, una chica que no se llamaba así, pero su padre era Martín, uno de los empresarios más “prometedores” de la pequeña ciudad, y con prometedor se puede decir fielmente que era un estafador. El nombre de la mujer no importaba, todos le decían Tina.
-¿Tina?- dijo Leonard cuando ella se acercó sigilosamente.
-¿Leo?- la mujer echó una risotada- pequeño bastardo ¿qué haces aquí? Que jodida coincidencia.
Leonard sentía que Tina era lo que Amalita fue para Carrie Bradshaw. Porque cuando Amalita (la mujer cazadora de hombres italianos) se topaba con Carrie, le decía “Carrie, perra, ven y siéntate con nosotros”. Lo mismo pasaba con Tina.
-Pero ven Leo bastardo, quiero presentarte a unas personas jodidamente interesantes.
Leonard suspiró –Tina, acabo de salir del evento ¿estuviste ahí? Fue muy cansado
-Pero mi pequeño bestia, claro que estuve ahí, Fernando bailaba como una diosa del ballet, aunque no le digas que le dije diosa, ya ves que todo mundo cree que es gay porque baila, pero hasta donde sé tiene una relación muy estrecha con su novia, tan estrecha que…
-También lo vi bailar, es muy bueno- le interrumpió.
-Entonces pequeño bastardo hijo de poca tienes que conocerlo, les hablé de lo jodidamente buen escritor que eres, tú y tus jodidos logros por aquí y por allá.

Una vez en el círculo de las vanidades –De regreso a la feria de las vanidades- como le llamaba Leonard a su pequeño condado, porque ya se sabía que el pueblo chico era un infierno grande, uno muy grande con mascaradas y grandes vestuarios, al igual que María Antonieta, todos se regían por el mismo protocolo arcaico, pero el lujo que evocaba la Francia de la reina mártir era aquí con Leonard el protocolo de lo jodidamente banal.

-Ferrrr, mi diosa, te presento a Leo.
-Leo, él es Ferrrrr, ella Juneeee y esta otra es Mariceee
El panel que se le ofrecía al joven escritor era el de un bailarín, una víctima de la moda y al final una chica que misteriosamente parecía “normal”.
-Leo ¿eh?- dijo June- ¿desde qué hora estás aquí?
-Desde que el primer tutu tocó la parcela.
-Son niñas encantadoras pero torpes, no saben cuál es su mano izquierda y cuál su derecha, lindo trabajar con ellas, pero estúpidas hasta la coronilla- dijo Fernando.
-Son niñas muy pequeñas- replicó Leonard con tono mesurado.
-Entiendo que quieran mostrar lo que hicieron en verano pero sólo tú valiste la pena Fer- alegó June.
-Tu padre Marcie, toda la culpa es de tu padre.
-No la jodas Ferrrrrr, Marcieeeee no tiene la culpa de ser la hija del director de “La casa de la cultura”, mírala Ferrr ¡JODER! ¡MÍRALA! ¿Puedes creer que tenga culpa de algo?
-No creo que tenga la culpa de algo- soltó Leonard con total desfachatez, estaba algo embobado.
-Gracias, qué galante- Marcie había sido total y reverencialmente sarcástica- no necesito que me defiendan chico escritor, además Fernando, no niegues que mi padre te abrió las puertas del instituto… cualquiera diría que te hiciste mi novio para llegar allí.
-Craso error- pensó Leonard- Ferrrrrrrr y Marcieeeee salen juntos- se canturreo en su interior. No estaba dispuesto a pelear por una mujer… no otra vez.
-Bueno chicos, tengo que dejarlos, estoy muy cansado, ayer dormí poco, me desperté temprano y creo que si digo la palabra con dos “t” y dos “u” voy a vomitar.
-¡TUTU!, ¡TUTU!- gritó Tina- bien bastardo miserable, lárgate y déjanos en paz- rió por lo alto la afamada Tina, más alto de lo que cualquier oído podía oír o deseaba oír.
-Gracias cariño, adiós.
-Adiós chico escritor- dijo Marice.
-¡JODER!, tendrás que venir a una de mis jodidas fiestas de verano. Bueno ¿qué verano? Se acabó el verano, igual haré una jodida fiesta.
Leonard asintió con la cabeza y se fue.

jueves, 13 de agosto de 2009

Golosinas, golpes, otra vez Golo y los supositorios de opio

No se pudo desprender del libro en el automóvil, sí que estaba desvelado pero tenía que terminarlo, era muy sencillo, muy vulgar y excitante, como quién se come un hot-dog, algodones de azúcar y después se sube a una montaña rusa para poderlo vomitar al bajar de ella; sabes que la experiencia podrá ser mala, tienes en mente que no terminará bien pero aún así lo haces.
Bajó del coche y ya había terminado con la novela, dentro de las subidas, bajadas, golpes y rasgaduras en el cerro, un lugar hermoso, realmente precioso nadie lo podía negar, no pudo dejar de pensar en Golo y su amante quienes se metían supositorios de opio en el trasero(Leonard jamás había escuchado tal menester hasta antes de la lectura) ¿era que el escritor hacía una burla a los sistemas del arte, la carnicería del medio, así como la “opulenta” vida sus protagonistas, o sólo estaba haciendo una oda?

–Una oda a los supositorios de opio- le decía a su primo, con el que mejor se llevaba y cuya novia odiaba.
-No sabía que existían ¿no serán dolorosos?, digo… es que los supositorios dejaron de usarse hace mucho y ahora que lo pienso, el último supositorio que me pusieron fue a los seis ¿cinco años?
-¿Y aún lo recuerdas?
-¿Te das cuenta de lo doloroso que fue? Además, creo que te hace daño leer tanto.
-Ah, no me vengas con eso, al rato me dirás que pensar lo es también.
-No lo es si te sirve para distraerte o desembocar lo que piensas en algo… útil, pero sí, pensar demasiado puede matarte, además, estamos en la cima de un cerro, solo tú piensas en el opio metido por el trasero en la cima de un cerro.
-Me pone a pensar el tipo…
-Creo que lo que menos importa es si él está o no de acuerdo con ese tipo de vida, el punto es si tú lo estás.
-Antes no…
-Y ahora- su primo no pudo dejar de mostrar una cara algo consternada.
-Creo que es otro tipo de subsistencia al cual quiero ingresar, claro, sin los supositorios de opio.
-Entonces quieres llevar una vida “alocada”.
-No es que quiera una vida alocada, por favor, es que tengo veinte años y siento que la vida se va, se va, se fue.
-Escribiste una antología de cuentos a los dieciséis, lograste que te publicaran en una revista a los dieciocho, también un pequeño articulo por aquí y por allá, también alguna reseña.
-Este semestre me hice amigo de un chico sólo para tener espacio en una Bienal.
-¿Y qué piensas exponer? ¿La hoja de sala? No pintas, ni fotografías, ni esculpes, ni nada, tú escribes, es lo que haces.
-Bueno… ahora que lo dices, no sé qué pensaba exponer, pensaba porque creo que no entraré a la mentada Bienal.
-Mejor así, cuando te facilitan demasiado las cosas no las aprecias, ya sabes, el proverbio de las abuelas, las madres y demás.
-Me tiemblas las piernas.
-Es el azúcar, come esto- le dio una paleta de uva, Leonard odiaba la uva en las paletas, igual se la comió, eso y una barra de fruta, unos chicles pasados y otros más empaques de golosinas, ¿comida de deportistas? Seguro es mejor que un supositorio de azúcar.

viernes, 7 de agosto de 2009

Golo

Leonard estaba desvalido, después de subir un sinfín de rocas austeras con el libro de “Opulencia” en su mochila (un libro muy grueso, por cierto) sus piernas le temblaban y la ropa que había seleccionado era más bien para ir a centros culturales en lugar de trotar en rocas “semi-paradisiacas”, se la estaba pasando bien, de bomba y no era sarcasmo… pero ¿por qué llevaba la biografía de María Antonieta en su mochila? ¿Era acaso un tipo de penitencia pro glamur que ni se saciaba con sus lentes de sol y sus jeans muy entallados? –Dónde coño se me vino a ocurrir traer pantalones tan apretados- bueno, quizá no se la estaba pasando tan bien.

-Y aquella ¿qué te parece aquella?
-Bonita, sí es bonita.
-No es cierto, no se te hace bonita.

Leonard estaba un poco cansado con eso de que sus primos vinieran a preguntarle si las mujeres eran o no bonitas. Las mujeres le obsesionaban, pero había renunciado a ellas por un largo rato, nada serio desde Cecelia, nada serio- ¿En verdad fue serio?- Leonard decía, sí, no, no, sí, a las mujeres en su haber.

En sus noches de hotel se dedicaba a leer. Su familia era recatada y realmente lo agradecía, ya suficiente tenía con tanta congoja y dolor en su mente y corazón como para que el resto de su entorno retozara libertad y pulsión, pero la verdad también indicaba otras cosas: Leonard quería salir de noche, quería ir a un bar o al menos a un centro donde la gente lee malos poemas y el público en lugar de aplaudir chasquea los dedos frenéticamente, él pertenecía el chasquido frenético de los dedos.
-Pero cuánta melancolía- suspiraba Leonard pasada las tres de la madrugada. Acaba de terminar la biografía sobre María Antonieta, la Toinette, la “Opulencia”, todo desde que entraba a Francia y moría en la guillotina –Bailad, bailad malditos- pensaba Leonard, él era un Toinette condenado por su mismo protocolo adusto, no se permitía mayor fervor que la nada pululante… una página, otra página y no podía dormir, ahora que ni la cabeza de la última reina de Francia se encontraba sobre su cuerpo ¿era que la de él tampoco se encontraba ahí? Sacó el libro de repuesto, uno muy ligero que hablaba sobre el arte, las cuestiones ligeras de las relaciones y la homosexualidad, se llamaba “Temporada de caza para el león negro” de Tryno Maldonado, lo abrió y olió las páginas. Anotó dos cosas, debía dejar de cargar infinidad de libros a los viajes (pues no sólo le hacían mucho bulto, sino también que ya había comprado otros tres que debía trasladar hasta su casa) y que siempre disfrutaría con oler las páginas de los libros nuevos, viejos, usados, cuasi usados y desusados.
El libro se presentía demasiado corto e iniciaba: “Una vez interrogué a Golo sobre sus tenis…” –Zapatos- bufó Leonard, le faltaba comprar zapatos nuevos.
Si realmente se lo hubiera propuesto habría acabado el libro aquella misma madrugada, pero tenía que dormir, además, el libro exudaba libertad por todos los poros, hablaba sobre tener sexo y coger, así como ser cogido, rozaba lo vulgar (para su tipo de lectura) aunque recordó a la insidiosa mujer, de quién ya había leído sus tres libros sobre mujeres exitosas, sexo impudente y hombres por montones, aquí la cosa era similar, sólo que los bolsos caros estaban exentos y los trajes aún más caros de tal o cual marca resonaban con intenso estupor.
-Manido Tryno- se dijo- me pregunto si tiene algo de autobiográfico- Leonard se puso a reír como frenético, al menos lo más alto que le permitía la penumbra de las cinco de la madrugada – ¿pero qué clase de enfermo se retrataría en sus escritos?

Cerró el libro y fue a dormir. Le esperaba un día interesante y ferviente (porque no podía negarlo, le intrigaba la idea del día siguiente, o la continuación del día en transcurso) pero también muy cansado, y él sólo dormía en el carro.

jueves, 6 de agosto de 2009

Y ¿cuál es tu tipo? ¿Los borderline?

-No más depresiones- se dijo Leonard cuando entraba a su cuarto de hotel muy bien ornamentado, no esperaba tener mucho ajetreo, compartiría la habitación con tres primos más quienes eran enteramente educados, bien perfumados más no estilizados, todos y cada uno de ellos comprometidos con novias que conservaban desde hacía más de dos años, uno ya iba a cumplir los cuatro años con la misma mujer. Sus primos era de sus misa edad, bueno, un año menos un año más, lo que le llevaban a circular entre los diecinueve y veintitrés años. No esperaba alboroto de su parte, además, todos se notaban sumamente respetuosos con él, se olían que algo andaba mal, pero Leonard consideraba que tenía que dejar el mal en casa, en la universidad, en las ciudades que visitaba con todo su glamur y su elitismo mundano, estaba ahí… para ver rocas.
El lugar que visitaba era famoso por sus sitios arqueológicos, grandes construcciones hechas por grandes antepasados y llena de turistas cuya piel era blanca color leche, blanca color transparente y amarilla… pero estoy a punto de ser blanca ictérica. Leonard no encajaba en esa descripción, él era de tez ligeramente clara, pero nadie diría que era blanca desde ninguna perspectiva. Además, él hablaba un perfecto español (o uno que entendía la mayoría de los lugareños) mientras los demás “blancos” hablaban inglés, francés, alemán, ¿escuchó algún ruso por ahí, era eso o un ladrido?
Se había ido con un par de tíos, tías y primos, nada de padres o de su hermana Carlota, mejor así. El problema era que sus primos, aunque intento de recatados, no dejaban de ver el trasero de las turistas, si eran güerotas o güeritas, o si quizá eran un daño a la pupila. Leonard no podía reprenderlos ¿no era él una de las personas más cínicas y criticonas que de hecho él mismo conocía? –Pero en qué mal concepto me tengo- la verdad es que las turistas no le interesaban, le parecían insípidas, bonitas pero de belleza sobada, donde lo “bonito” es “aburrido”, las lugareñas tenían más intención en sus rostros y en sus gestos, pero aún así él no sabía cuál era su tipo de mujer ¿qué le había gustado de Cecelia? –Me manipulaba, maltrataba y ofendía, siempre decía que tenía que ser más culto y leer más, ¿mi tipo de mujer es la agresiva? No, Cecelia es, fue y será una mosquita muerta, eso, o yo soy, fui y seré un hombre ardido.
Como primera actividad asistirían al “Gran evento cultural” que nadie debía perderse, todos los turistas asistían al evento, era en una de las grandes plazas del centro y todos se aglomeraban para ver absolutamente nada. Eran mujeres y hombres bailando al unísono alguna canción regional con sus trajes regionales y sus caras regionales –Me pregunto si yo tengo algo de regional- murmuraba Leonard mientras un chico extremadamente delgado, moreno (sin ser blanco, sin ser negro, sin ser regional) y con una nariz algo prominente le dirigió la palabra.

-Ves algo desde aquí- el chico se estiraba una y otra vez para poder ver… lo que fuera.
-Nada, pero la verdad no me importa.
-¿Entonces qué hace aquí?
-Huyendo- ¡diablos!, ahí estaba otra vez la sinceridad nada sincera, que dice lo que no debiera ser dicho y sobre todo, que quiere llamar la atención de un extraño con el simple hecho de platicar, porque no encontraba nada más qué hacer- ¿Tienes fuego, encendedor, cerillos?- Leonard deseaba fumar un buen cigarro, tenía mucho que no lo hacía, y como su familia no sabía que fumaba había esperado el momento indicado para zamparse uno, el problema era que no tenía cómo encenderlo.
-No, no fumo, hace tiempo lo hice con el simple hecho de que mi madre dejara de hacerlo.
-Suena muy pedagógico el asunto, ¿dejó de hacerlo?
-Claro, cuando me arriesgo por algo así, lo hago porque sé que ganaré.
-Suena muy honesto aunque ególatra de tu parte.
-¿Por qué la gente cree que el ego es malo?
-No lo sé ¿Por qué se sienten agredidos?
-Te agredí, lo siento, no era mi intención. Por cierto, soy Petter.
-Yo Leonard, y no me ofendiste en absoluto.
-Es un fraude, no veré nada. ¿Vienes solo?
-No, mi familia está por allá, la familia que no sabe que fumo.
-¡Ah!, por eso la urgencia del fuego, por un momento pensé que me coqueteabas.
-No eres mi tipo.
-¿Y cuál es tu tipo?
-De las que usan falda.
-¿Te gustan las locas?
Leonard echó a reír.
-No, me refiero a las mujeres, las mujeres son mi tipo.
-Ah, pues es una pena.
-Tampoco soy tu tipo, créeme.
-Ni siquiera me conoces, ni te conozco.
-Lo sé, soy sarcástico, es lo mejor que hago.
-Es un método de protección, todas las personas tienen uno para protegerse- Petter se alejó un poco de la multitud y Leonard lo siguió.
-¿Y cuál es el tuyo?
-La disociación, eso y finjo que nada me hace daño.
-Mira nada más- dijo Leonard con completo toque de sarcasmo- pero tienes el cinismo de venir y decirlo, no eres como esas personas que viven en su fantasía, las que se engañan incluso a sí mismas…
-No, yo vivo al borderline.
-No es bueno ir diciendo que tienes un trastorno de personalidad estilo Winona Ryder en “Inocencia interrumpida”.
-¡Ah!, pero es mi película favorita, ¿y la tuya?
-“Las Horas”
-¡Ah!- dijo Petter y después suspiró con gran ahincó- un suicida deprimido por naturaleza, dime ¿siempre estás melancólico?
-No- dijo Leonard a la defensiva- no siempre.
-Ya, seguro eres piscis, los piscis son melancólicos.
Leonard no podía creer que se topara en medio de la nada a otro de esos chicos que creían tener todas las respuestas sobre alguien que apenas conocían, pero por un cono y un moño, o sea coño, piscis era su signo.
-Sí, soy piscis pero no creo en eso.
-No tienes que creer para que sea verdad.
-Sí, claro- sarcasmo y más sarcasmo en la voz de Leonard.
-¿Quieres ir por un encendedor a la farmacia?
-No, tengo que ir con mi familia, fumado o sin fumar.
-Bueno, luego nos vemos. Adiós.

¿Luego nos vemos? ¿Acaso los eventos culturales y las ruinas prehispánicas eran tan pequeñas que se lo volvería a encontrar? –No, por favor, no- se sorprendió diciendo Leonard.

sábado, 1 de agosto de 2009

El segundo intento de huída, eso y una redacción algo ¿perra?

Después de pasar el fin de semana en el departamento rentado de su amiga Susana del Zuzu, poco le ayudó a recuperarse, pues en las mañanas debía ir al hospital con ella y aunque no hacía nada lo que pasaba es que veía demasiado a los pacientes, por eso cuando estudiaba química, biología y lo que fuera, se había desprendido de ello: el sufrimiento humano lo enfermaba.
Cuando laboraba en el laboratorio había ido a tomar muestras sanguíneas de personas con dengue, gonorrea y VIH, cualquier estrado que fuera imaginable dentro de la mente de un doctor. Siempre estaba el peligro de infectarse si no se es demasiado cauteloso; Leonard lo fue en su momento, pero ahora estaba decaído y no creía poder siquiera tomar una aguja para sacarle sangre a un paciente enteramente sano. Tenía el aclamado pulso de maraquero del cual tanto se había burlado, Susana lo notó.
-No tienes por qué sacarle sangre a nadie, sólo ve… viborea, yo que sé.
-Sue, me gustaba estar en los laboratorios porque me sentía útil, ahora soy una carga.
-Bueno, tiene mucho que ver con que no lo has practicado en dos años. Además, no es tu máximo en la vida.
-Si quieres saber la verdad, no sé cuál es mi máximo en la vida.
-Muy gracioso, siempre has dicho que quieres ser escritor.
-Es parte de lo que digo, es parte de lo que soy, no es realmente lo que quiero ser, me refiero en términos generales.
-Leonard, entonces ¿qué quieres ser?
-No creo que las cosas se solucionen sólo así, diciendo lo que se quiere o no ser, o lo que se propone…
-Pero nada vas a solucionar si te quedas esperando, debes hacer algo para que… pase algo, sino pues no pasará nada.
-Me complicas más de lo que estoy.
-No entiendo cuál es la complicación. Terminas esta semana el semestre, tienes tiempo libre ¿qué deseas hacer con ese tiempo?

La verdad era que Leonard no sabía qué hacer con su tiempo fuera de la facultad, los tontos almuerzos , las falsas intenciones, todas esas mascaradas que implicaban ir de una exposición a otra para después meterse a un par de librerías y comprar como loco, esos días estaban pasando ¿estaba madurando o sólo envejeciendo?
Diana le había dicho que se recuperara, pero se lo había dicho con tal cara como si no creyera que no lo lograría.
-Me lo dijo como su tuviera cáncer o algo por el estilo, y pues no tenía más remedio que sentir lástima por mí- decía Leonard a Alfred en uno de los últimos días de entrega de trabajos finales.
-Pues es que parece que tienes cáncer o algo por el estilo…- Alfred solía ser una persona muy recatada en ese aspecto, el cinismo no se le daba y más que nada era un artista cibernético muy dedicado que bien podía rozar el autismo cuando se lo proponía.
-No hombre, no tienes cáncer ni nada que se le parezca- dijo Steve, un gran pintor, humilde realmente y con grandes preocupaciones sobre las artes plásticas que para muchos iba perdiendo terreno ante el discurso de la obra- lo que te pasa es que necesitas unas verdaderas vacaciones, no un viaje a la clínica más cercana.
-Mira que hasta el novio se Susana se veía a gusto con mi presencia. Siento que desperté tanta lástima en él que poco interés tuvo en los celos que yo podría despertar.
-Es que das un poquito de lástima- Alfred habló y después puso cara de arrepentimiento, al parecer se le había olvidado que estaba tratando con una persona, no con una máquina.
-No das lástima Leonard- Steve intentó arreglar las cosas- te ves cansado y ese intento de Bienal con el Hollin-lo-que-sea te está matando, a ti y a tu reputación… aunque pensándolo bien, esto es la facultad de artes y la reputación poco importa… bueno en ese aspecto de con quién te acuestas o…
-Si te depilas el área del biquini- dijo Edgard entrando en al aula y a la conversación- claro que importa con quién duermas, ¿de quién estamos hablando?
-De mí, y ahora de Nick, aunque sabes que no tenemos nada, apenas dejo que me tome de la mano.
-Ese hombre, mujer, hombre no deja de buscarte, así que ponle buena cara, la semana pasada salí con él, como amigos dejo en claro, y me parece una persona ligeramente insoportable.
-¿Te lo pareció?- dijo Steve a quién por ende le caía mal las personas muy opulentes.
-Creerás que él y yo nos llevaríamos bien por el simple hecho de ser homosexuales, pero no, nada tiene que ver eso…
-No- le interrumpió Steve- creí que se llevaría bien por snobs.
Edgard sonrió con total descaro –Te veo afuera Leonard- salió del aula.
-Te estás dejando influenciar por las locas del rodeo, necesitas vacaciones de todo esto, créeme.

¿Y si Steve tenía razón después de todo? Era probable que el ambiente artístico lo estuviera matando, eso y su relación amistosa con Nick. El semestre se había acabado y ahora el fulanito debía escoger los dos artistas para la Bienal. A Leonard no le interesaba en lo más mínimo el lugar, así que decidió con el total descaro del mundo, escribirle un correo a su “amigo” Nick, que más bien decía así:

Hola Nick, te escribo porque me voy de vacaciones con mi familia. Fue algo inesperado, ni siquiera yo lo tenía planeado, salgo la siguiente semana, bueno, dentro de tres días. El semestre ya terminó, por el momento ya no tengo ninguna razón para ir a la universidad y la verdad es que no estoy de humor. Sé muy bien que te vas también la siguiente semana. No podré asistir a tu fiesta de despedida pero igual me dio gusto conocerte. Suerte con tu Bienal, me agrada tu obra y creo que al público también le gustará.
Recibe mis mejores saludos. Leonard.

Una vez enviado el correo, Leonard no pudo dejar de sentirse como Berguer, uno de los novios de Carrie Bradshaw en la serie de “Sex and the city”, el hombre que en la quinta temporada la corta por medio de un post-it. La diferencia era que aquí no habían tenido un noviazgo ¿o sí? De hecho ni siquiera eran amigos, sólo que se sintió más miserable de lo normal. Se habían utilizado mutuamente, Leonard tomó a Nick como boleto de asistencia para una Bienal en la cual nunca asistiría, mientras Nick había tomado a Leonard como un deporte difícil de practicar, o al menos así prefería verlo Leonard… para no sentirse tan mal.
-En efecto- pensó Leonard- si fuera gay o perteneciera a su sociedad sería una reverenda perra.