lunes, 22 de junio de 2009

Las horas… bueno, una hora en el autobús, ¿una eternidad en el matrimonio?

Antes de caer enfermo durante una semana Leonard tuvo dos experiencias, la primera fue sobre el autobús y las relaciones amorosas, la segunda sobre las relaciones amorosas y las mujeres… también el desnudo de las mujeres.

Dando tumbos compró el boleto, subió al autobús y ahí estaba la verdad opulenta de las parejas felices que iban a pasar su fin de semana feliz, dos jóvenes (un él y una ella) viéndose apasionadamente. Mucha gente le consideraba pareja de Nick, cuando menos no como pareja amorosa, sí como amigo inseparable. Pero todo era plena apariencia, Leonard no quería a Nick ni como amigo y Nick pretendía algo más allá con Leonard, nada de amistad, nada de romance. Por un momento indeseable la homosexualidad le pareció despiadada.
Leonard no se sentía en auge para criticarla, pero ahora que era víctima del acoso constante del Hollinghurst pues qué más le quedaba que sentir dicha atracción como algo frío y distante. Nick sólo le deseaba como un trofeo digno de ser empolvado en una repisa, Nick coleccionaba gente, les decía amigo, les decía un ligue, les decía un pasatiempo. Leonard lo sentía como un vago oportunismo de que en cualquier momento querría llevárselo a la cama, para Nick, Leonard no era más que una fantasía con ansias de ser consumada.
Es divertida cuando se gesta dentro de la imaginación y se proyecta en el plano terrenal, se persigue a la persona y después se juega con ella como un gato que le pisa la cola a un ratón, y en efecto Leonard era el ratón. Una bienal no lo valía, una exposición ni un pedazo de papel que dijera “Participó en tal o cual lugar…” servía, no era un platillo que se sirve caliente cuando alguien teclea el teléfono o se conecta a la Web agregando amigos al “Chat privado” para después averiguar si querían o no tener sexo. El mundo se estaba convirtiendo en algo muy frío.

Pero aún así sentía pena por sí mismo, aún así se deprimió cuando vio a una pareja de jóvenes en el autobús besándose impasiblemente. Él ya no podía sentir amor, no de ese amor estúpido que lastima y hiere pero después de dos minutos te coquetea la pasión y todo se enciende, después se desespera el alma por poder besar al amado, al final todo colapsa en la unión de los cuerpos. NO, ya no había amor en el mundo. El cataclismo, la confusión de los sexos, el oscurantismo y las prohibiciones se notaban truncos por la falta de autenticidad. No podía negar que en alguna ocasión había visto a dos personas tener relaciones sexuales en un autobús y que eso le pareció grotesco. Pero la pareja dijo, casi en voz alta, que lo hacían porque se amaban. ¿Pero qué clase de amor? ¿Pero qué era el amor? Ya no entendía si era el amor una sujeción de rituales.
“Algunas cosas son mero ritual” le había dicho su amigo Alfi, a quién veía poco y con quién se escribía mucho. “Yo no quiero pertenecer a esos rituales, yo quiero una relación de verdad sin importar el empaque”
Pero ¿y las relaciones de verdad?, ¿dónde se puede conseguir una?- Leonard, sentado en su cómodo asiento de autobús se preguntaba la probabilidad de encontrar a alguien que lo amara y le tomara como una relación de verdad, alguien con quién existiera alguna especie de reciprocidad carnal que le llevara al éxtasis, dejando de lado lo terrenal. Podría ser que pedía mucho. Podría ser que en la vida no encontraría a alguien para pasar el resto de su vida, y quizá como decía la actriz Natalie Portman, “El amor en el matrimonio es una moda muy actual”. Lo que se decía era que a la par de los años se casaría con alguien a quién no amaría, seguramente eso pasaría.
La actriz tenía razón, ella había interpretado a la Bolena que se casaba con un hombre al que amaba, sí, pero él en verdad no la quería tanto como a su futuro hijo. Las mujeres en la época Tudor no eran más que una pieza de cambio. Así se sintió Leonard, como un objeto de la época Tudor. Eso o como la protagonista de “El velo pintado”, alguien que sin opción había sido criado bajo un régimen social, siendo ni más ni menos que la proyección de dichos cánones.
Se casaría, sí, se divorciaría, no lo sabía. ¿Tendría hijos? ¿Podría ser feliz? –Jane Austen- dijo Loenard en voz baja –“La felicidad en el matrimonio depende enteramente de la suerte”. Pues a tirar los dados, ¿no será que mi idea del matrimonio es demasiado vieja?

Leonard se dejó llevar, aún le quedaba una exposición en el centro de su provincia que deseaba visitar.

martes, 16 de junio de 2009

La diferencia entre la mierda y el estiércol (parte II)

Tres cuadras, veinte estrujamientos estomacales y muchas gotas de lluvia sobre el cabello de Leonard después. El chico de provincia que había dejado la palabra con “M” en el chico que se acostaba con cualquier hombre andante se encontraba en una exposición diferente… ¿de qué diablos venía el asunto? ¡La selva!, pero qué cliché, ¿no era acaso que la clasificación geográfica se había quedado en la escuela elemental para dar paso a lo liminal y los nuevos roles…? Sería que después de todo nadie se puede sentir tan excéntrico como para llamarse Orlando y apellidarse Woolf, quizá nadie puede ser hombre y levantarse al día siguiente siendo mujer, pero ante toda duda de que el universo puede cambiar a solo tres cuadras de distancia, ahí se encontraba la selva, los cuadros estilo Paul Gauguin pero sin nadie que se burlara sobre si el perro era morado y la zorra azul, para nada, más bien era lo contrario, si Gauguin viviera seguro le cortaba la otra oreja a van Gogh; bien se lo imaginaba Leonard:
El chisme del arte, o será que “las mucamas dicen…” que Gauguin y van Gogh se encontraban solos en una galería, con las pinturas de ambos puestos en los muros de aquel cubo blanco, pero más allá de lo expuesto entre una pared y otra, dos locos se hallaban en el centro del lugar, uno estaba loco de atar (medio depresivo el pobre), el otro loco de ego (medio bipolar, a la vez, el pobre) y finalmente a fuera de la galería llovía a cántaros (algo similar a lo que le ocurría a Leonard en aquel momento). No podían salir… bueno… sí podían pero no lo deseaban, querían un enfrentamiento… y entonces según algunos testigos inexistentes (como de aquellos que cuentan las historias donde “nadie sobrevivió”) dicen que Gauguin le cortó la oreja a van Gogh, o al menos lo intentó.
-Me suena al chisme de cuando Siqueiros cerró su taller en Nueva York y fue Pollock (uno de los estudiantes de dicho taller) quien quiso ahorcarlo debajo de una mesa- pensó Leonard- pero bueno, no parece tan absurdo, ¿será que Pollock no solía estar sobrio? En efecto, ambos eran de humor made in piroxilina... más bien inflamable. Pero ahora somos más sofisticados, el arte nos ha domesticado ¿no?
Después de ver a medias los estruendosos cuadros sobre “La selva”, Leonard pudo ver al pintor, quién vestido como pordiosero, grababa al su público, el cual era inmenso. El pintor en auras de reconocimiento, era un pastiche mal vestido, mal oliente y supuestamente abstraído en sí mismo, seguramente contaba la historia de vivir en una casucha desde que tenía memoria y después un día inesperado deseo ir a la selva ¡PUM! El pincel en mano, ahí está la selva con sentido inocentemente brutal… inocente por la inexperiencia, brutal por el cinismo que evocaba la mentira sustentada en la inocencia. Ambas cosas bebían de lo mismo. ¿Qué pensaría Edgard de todo ello? Seguramente diría que era una mierda y punto, las cosas las simplificaba en una sola palabra, que aunque vulgar, remitía a la sensación de estar en lo cierto.
Pero la obra no era tan mala, era la faramalla que se armaba al entorno, en sí el marco social con el cual se revestía la exposición era lo importante. La gente que en su mayoría eran extranjeros, gente rubia, bella, esnob por naturaleza (porque ya habían nacido con esa cara ¿para qué desperdiciarla?) bufaba de alegría, cacareaban de excitación. Mientras el otro tipo de público venía al casting de “La feria de las vanidades”, donde tenías que saber a quién, con quién y cómo quién debías relacionarte. Vio inmediatamente al embutido rodeado de un sinfín de chicos que estudiaban en la facultad, algunos eran viejos lobos de mar, otros, pequeñas abejas que zumbaban en torno a la ¿flor? que pretendían polinizar… no es que le gustara pensar en el embutido como una flor.
Identificó a los dos corredores más ágiles, aún con la tela y la mantilla, los zapatos y los zarcillos, el miriñaque y los grandes abanicos, los dos hombres (porque eran hombres) se inclinaban y reverenciaban al embutido como su él fuera el gran aristócrata de la época georgiana y ellos dos mujeres que debían someterse a sus mandatos, ¿deseaban ser su amante o sólo quería que los amamantara?
Píxel y Marckoo (con doble “o” al momento de ser pronunciado, así como una “k” prominente en el nombre) adulaban y se saludaban con el hombrecillo de la camisa a cuadros. El primero decía hacer arte digital, arte que nadie había visto pero que a la par nadie deseaba ver; era un ente insoportable e hipócrita hasta la última cutícula, siempre sonriente con esa figura tan esbelta tipo Don Quijote de la Mancha y unos dientes amarillos más no por ello proyectaban una sonrisa poco perfecta. Era el amaestramiento de la técnica frente al espejo lo que le había dado a Píxel su dulzura y el contraste con la vida cotidiana, podía parecer un lindo corderito que al momento de querer ser trasquilado se revelaba como una quimera indefinida, siempre decía “Qué bien, qué agradable, me parece una buena idea”, pero finalmente no prestaba atención al entorno o a la opinión ajena y hacía lo que quería. Nadie deseaba trabajar con él, nadie que tuviera un poco de creatividad propia, sentido común y ganas tener una independencia mental. Pero Píxel tenía un grave error, era un controlador poco creativo, usaba la misma técnica una y otra vez para manipular a la gente, así que si habías caído una vez en sus fauces pues nunca existiría una segunda vez… nadie era tan estúpido ¿o si?
Marckoo era distinto, más astuto, más camaleónico. Podías encontrar un par de posters de él en la universidad con su cara puesta en ellos. Patrocinaba alguna clase de beca. Igual de delgado pero con unos dientes mucho más perfectos, Marckoo se erigía como una persona inocente y agradable, cambiaba la táctica según su presa, las personas solían caer más rápido ante sus fauces, y al lado de Píxel parecía un santo. Pero si no te dejabas seducir, como era el caso de Leonard, no dejaba de intentarlo de formas cada vez más sutiles, la única forma de ahuyentarlo era siendo prepotente o indiferente, lo que venía siendo la mera realidad, a Leonard le parecía una pérdida de tiempo, por más becas que patrocinara y por muy bella sonrisa que tuviera, era un ser indeseable que una vez clasificado perdía todo su veneno, ambos atacaban de forma sutil, nada grave, únicamente se requería mantener distancia.

-Hola Leo- dijo Marckoo, mientras Leonard se preguntaba cómo demonios se le había acercado tan precipitadamente, se angustió un poco por eso de “mantener distancia”.
-Hola Marck- a Leonard le daba un poco fe flojera dar la doble “o”.
-Vi tus videos, sobre las lecturas, los poemas, me gustan más que la hormiga.
-Mmmm- rumió Leonard- pues quería hacerlos y nada más, no pretendía nada más allá de satisfacer mi supuesto impulso creativo.
-Pues quedaron bien, se ven bien.
-Gracias- Leonard fingía que veía los cuadros selváticos colgados sobre la pared, con un poco de suerte Marckoo perdería el interés.
-Bueno Leo, voy por un vinito tinto ¿quieres uno?
-No gracias, tengo un horrible dolor de estómago.

Marckoo fue con su novia (una chica alta, de cabello y ojo claro) y con Píxel a tomarse un “vinito tinto” con el embutido. Las carnes frías y el vino. Después de todo se puede acompañar al alcohol con algo más que el queso. Leonard se sintió inmensamente solo, aún estando hasta la mierda dentro del estiércol, necesitaba compañía. Y entonces apareció Nick.
-Leo, Leo mentiroso- dijo en tono pícaro- dijiste que estarías en la otra exposición con tus amiguitos.
-Pues estuve ahí pero me sentí mal, voy camino a tomar mi autobús, voy a pasar el fin de semana en casa, después regreso.
-¿Y las maletas?- parecía que Nick no le creía.
-No importan mucho, me temo que tengo demasiada ropa en el armario de aquí y allá como para tener que llevarme un par de maletas en pleno transporte público.
Nick rió por lo alto –No será que aparte de la ropa dejas algo más en el clóset.
-¿Qué insinúas?- preguntó ya algo irritado el chico de provincia.
-¿Por qué no me dejas acompañarte a tu casa para que así pueda conocer a tus padres?
-Nick, déjame ponerte algo en claro. Somos amigos y nada más, no hay nada en el clóset que tenga que ser sacado a relucir, no hay ni malos pensamientos ni ropa sucia que lavar, así que mantente a distancia por el fin de semana. No me llames, no me busques, sal con tus amigos de la sección de “gente bien” y diviértete.
-La verdad es que no te entiendo, yo pensé que te caía bien… (bla, bla, bla, bla, bla, empezó a escuchar Leonard, tenía náuseas)
-Tengo que irme- dijo y salió corriendo hacia el baño de la galería. Se inclinó a vomitar en un baño público ¿existía algo más denigrante? Sí, que Nick lo siguiera, pero por suerte eso no sucedió. Tenía que terminar su relación “Bolena” de amigo por conveniencia, no le agradaba su presencia, no le satisfacían sus comentarios, debió seguir con su carrera de modelo y dejarlo en paz.
Salió de la galería dando tumbos caminó hacia la estación de autobús y después no se supo nada de él durante una larga semana.

miércoles, 3 de junio de 2009

La diferencia entre la mierda y el estiércol (parte I)

-Esto es tan técnico…- dijo Leonard postrándose una vez más frente al infinito monitor de la computadora. En tiempos anteriores se habría sentido orgulloso, aquí una cuartilla que se llena con quinientas palabras de pura verdad visceral, expulsada desde las entrañas con sabor salado, con calado a sangre, porque así lo sentía, en aquel entonces (como cuatro años atrás) la escritura le costaba muchísimo trabajo, y no es que a la fecha le costara menos, pero simplemente en la actualidad una cuartilla podía obtener las quinientas palabras sin intención de remover nada, la hoja de papel, el libro (según el concepto de Leonard) debía llevarte a un mundo alterno, una realidad paralela, como alguna vez nos mostró Diane Arbus, “Hay un mundo dentro de este mundo”, así de sencillo, sin problemas, no querría citar a grandes escritores franceses que se soterraron en su habitación escribiendo sobre el tiempo perdido y sus miles de protagonistas sólo porque al parece la sodomía les había afectado un poco la cabeza. No, no se podía efectuar de tal modo, aquí era el siglo postmodernista que clamaba una renovación de conceptos e ideas, un emplazamiento, un rizoma, una zona autónoma de satisfacción mental que explosionara en mil pedazos, y si la sangre no quería fluir de modo normal tendría que ser a la par con el pellejo, caer sobre el cráneo del compañero y decirle: “¡Ahí están mis ideas, ahí está mi intelecto, tómalo pues es lo que ahora estoy produciendo!”
Quinientas palabras no eran nada, quinientas palabras eran la representación del índice de mortandad del intelecto. Mil palabras en una cuartilla, cinco mil, novecientas mil en una cuartilla, eso era la representación del embarazo mental, meter más palabras dentro de un texto porque gracias a la sabiduría que en él se proyecta se puede leer entre líneas… las cosas entre líneas… los textos, la supuesta desjerarquización del concepto… una porquería.

-Esta exposición es una mierda- había dicho Edgard mientras terminaba de acomodar sus fotografías en un amplio y supuestamente blanco muro –Una mierda, y bien sabes que detesto la palabra mierda.
Leonard recordaba la exposición del día anterior. Hoy estaba frente al monitor preguntándose hasta dónde llegaría como escritor, mientras ayer Edgard usaba la palabra con “M” cada vez que podía. A la par era lo mismo, Edgard se preguntaba su futuro como fotógrafo.
-Pero mira esta mierda, es que la curaduría es una mierda.
-Ya estuvo bien con esa palabra, di estiércol, desecho, copro, no lo sé- Leonard no quería asistir a la exposición, al menos no a la inauguración, las inauguraciones lo enfermaban. Era irónica la cosa, cuando estuvo becado para escribir una breve recopilación de cuentos, su tutora le había invitado a varias inauguraciones, pero la cosa a él le seguía enfermando… el problema es que ahora asistía a dos o tres inauguraciones por semana con Nick, y eso era lo irónico. Desperdició su oportunidad de ir con una mujer poderosa a lugares “supuestamente importantes”, mientras que ahora corría al lado de un chico rubio viéndose como si fuera un bolso de mano.
-Bien, estiércol, la exposición huele estiércol. Pero eso es aparte, huele así porque la tonta de Sho metió su instalación con paja y pasto, y dentro de toda esa maleza se vino un poco de estiércol de perro- dijo Edgar un poco enojado.
Era verdad, Leonard podía olerlo todo. Al menos en esta exposición no tendría que negarse a tomar vino, porque no habría, no se quedaría al pequeño espectáculo.
-Pero es una mierda- recalcó Edgard- porque no la realizamos en el tiempo adecuado, porque no he dormido, porque mis fotografías no están donde deberían estar y porque gasté mucho dinero en los marcos. Bien sabes que pude haber expuesto en un lugar mejor, pero ¡NO!, al diablo, me meto con novatos.
-No es que seas la gran aureola del saber y el exponer.
-Pero al menos tengo más exposiciones en mi historial.
-Pero no más que Jalil.
-Jalil es otra mierda, otro asunto.
-Ya, será mejor que te calles…

-La mesan, la mesa, ¡la mesa!- dijo un hombre más bien gordo, algo calvo, el poco cabello que tenía era cano, se veía ajustado en una camisa a cuadros y un pantalón de mezclilla, era el dueño de la galería, conocido en algunos mundos como el “Embutido” –La mesa, la necesito, debo firmar unos papeles- seguía vociferando dentro de la minúscula galería.
En el mundo del arte se tenían dos opciones, o se ignoraba o se amaba al embutido, odiarlo era fácil, sencillamente lo ignorabas; pero amarlo consistía en lamerle las botas… o los zapatos.
-¡Mis zapatos!, ¡¿quién metió toda esa mierda?!- dijo el embutido.

-Ahí lo tienes, alguien más que piensa que las obras son una mierda- Edgard caminó hacia el embutido, quién después de firmar sus papeles se dirigió a Edgard y Leonard, que venía atrás de él
-Me vinieron a traer unos papeles, ¿sabían que tengo una editorial?, desde España madre mía (dijo con acento español) será cuestión de ver si podemos hacer algo entre su universidad y mi editorial.
-Sí, claro- dijo Leonard con poco interés. Parte de él quería vociferar, ¡Soy escritor!, pero no quería lamerle los zapatos, ya sabía de qué estaban llenos.

Se tranquilizó e hizo calmar a Edgard, quién estaba a punto de comerse a Shoy de un solo bocado. Después Jalil se les acercó, al parecer no estaba de acuerdo con la presencia de Leonard antes de la inauguración.
-Ya le dije a Yark que busque el martillo- dijo Jalil y después empezó a reír- ¡hey Yark!, por qué no escribes sobre tu cuadro “¿alguien vio el martillo?”- Jalil volvió a reír.
La verdad es que Leonard estaba consciente de la paciencia que albergaba Yark, primero había recibido una crítica mal intencionada de un alumno de octavo semestre sobre si su obra valía o no la pena ser expuesta. Yark decía que no quería vivir de su obra, que sería mejor hacer cualquier otra cosa pues del arte no se vive… al menos no del modo monetario. Pero el chico de octavo no dejaba de insistir, y ahora con Jalil encima no dejaba espacio para respirar, Leonard le ayudó a colgar algunos cuadros, nadie estaba dispuesto a ceder un poco de tiempo a pesar de ser un colectivo. La curaduría se había hecho en dos días, las obras se hallaban apenas en su lugar desde hace dos horas y las fichas técnicas no existían… quizá el asunto sí era una mierda.
Leonard huyó, estaba mareado, el estómago le dolía. Se despidió de sus compañeros de ambiente, incluido Jalil, y pensó en asistir a la otra exposición que estaba a dos cuadras, la de un artista “intento de reconocimiento” en una galería de mayor talante, pero no sabía si sobreviviría, ya había olido demasiado estiércol y hablado con demasiada mierda…