viernes, 22 de mayo de 2009

El estúa en los cocoteros

Se encontraba cansado de tanta banalidad absurda que por un momento deseó no haber si quiera pensado el asunto del Holinalgo, así que por eso recurrió a la fuente más alejada al arte, o a las incursiones maldicientes dentro del medio actual, fue a ver a su amigo Mauricio, conocido, en algunos mundos, como Mauro y en otros tantos era Codec Tentación.
Mauricio se había metido a una escuela militarizada desde la infancia, su padre era alto comandante de algo que no recordaba Leonard –Suficiente tengo con recordar mi lugar en la cadena trófica del arte como para recordar la de otros en la milicia- el padre de Mauro le había injertado altas dosis de demencia pura, ser el hijo de un militar (cualquiera que sea su cargo) era difícil, así que por ello huyó de su casa, se instaló en un restaurante y fue estúa, así se pronunciaba. Mauricio le contó que antes de salir de su hogar se encontró con un hombre que le ofreció trabajo de estúa, él no sabía de qué se trataba el asunto, pero al menos sonaba bien.
Una vez en el local “Cocotero”, el nombre del restauran muy exótico, descubrió que ser estúa requería lavar y fregar tanto las trastos como la estufa todo el día, tan constante el trabajo como el mismo flujo de la clientela que venía sin cesar ante una mar de música intoxicante, bebidas embriagantes, acentos nada agradables y mujeres del cliché que al parecer servían para satisfacer las necesidades más rutinarias de algunos hombres, eso fue cuando tenía catorce y Leonard lo conoció a los dieciséis, cuando iba por el centro comercial con Akenatón y se burló de las bermudas que tenía puestas Mauro, quién lo confrontó, después Leonard lo invitó a comer pizza y el asunto se había arreglado con una solución tan infantil como el problema.
-¿Y ahora qué hará?- se preguntaba Leonard cuando iba de camino al “Nuevo cocoteros”, pues sin importar en dónde trabajara Mauro, él siempre decía Cocotero –Es una palabra pegajosa… cocotero.

-Leo, ven, ven cabrón, salúdame- dijo Mauro cuando lo vio entrar. Para Leonard fue un alivio, pues era de noche, el lugar era grande, abochornante, con miles de luces, altos decibeles en el aire y se presumía de “mala muerte”… aunque no tanto como otros que había visitado recientemente.
-Eh Mauro, me da gusto verte.
-Yo apenas te vi, sí mira- sacó un periódico, y ahí en la sección de “Gente bien” (o no tan bien) se encontraba Leonard al lado de Nick y Cecelia. El pie de foto decía: Nick Hollinghurst, Cecilia Anaryo y su acompañante. Ni siquiera se habían preocupado por pedirle el nombre. -¿Con que sales con la cebolla otra vez? ¿Es por lo de su padre que se postuló para diputado? ¿Qué no te dañó lo suficiente la muy hija de…
-Era sólo una estúpida cena y me la encontré ahí, eso es todo- le interrumpió Leonard.
-Ah, te mueves en esos círculos zoociales. ¡Pendejadas!.Leonard no había olvidado el lenguaje algo altisonante de Mauro, quien seguramente se restringía un poco por el temor de ofenderlo. Pero la verdad era que el asunto había resultado ser una pendejada, sí, lo habían puesto como acompañante de Cecelia y no de Nick, algo bueno tenía que salir de ello… ¿o no?
-Pero no hablemos de cebolla, te vine a ver.
-Sales corriendo de tus problemas, por eso vienes a echarme el ojo. Mira que ya no soy estúa ¿recuerdas? No soy tan imbécil.
Hacía tiempo que una extranjera lo había visto en el restaurant y lo sacó a bailar, desde ese instante se convirtió en un cortesano del baile, porque sólo eso daba… por dinero.
-Pero bueno, qué bien que te vi al instante, porque no quería ir preguntando por Codec Tentación.
Mauro profirió una carcajada estruendosa, sin embargo el lugar era tan ruidoso que poco importó.
-No me jodas, no me jodas, me tienes que ver para saber lo de mi nombre. Yo lo escogí, me agrada, así que amárrate la lengua a las muelas cabrón.
-Lo veré.
-Bien, ya va empezar, te tengo que dejar, ahorita te mando unas bebidas ¿quiere alguna vieja de compañía?
-Eh no, no gracias, y que sea algo sin alcohol…- Codec Tentación se había ido.

Leonard no pudo dejar de pensarlo, mientras se tomaba una mala imitación de Blood Mary, que ahora ambos tenían veinte y que sencillamente las cosas habían cambiado, como todo, pero ¿para bien o para mal?
El espectáculo inició, la gente seguía bailando, al parecer realmente no era un espectáculo. Un hombre que parecía ser el homónimo de la “madame” de las prostitutas, tomó el micrófono y dijo: Les presento a los hombres más fieros, salvajes, calientes del lugar, con ustedes desde Rusia… el Marrullasss.
Las mujeres enloquecían o parecían enloquecer cuando apareció un hombre algo güero, algo moreno, de veintitantos años (tirándole a los treinta) con una camisa sisada bermudas cortas y sandalias color café deslavado que bailaba al son de la música. Era una cosa que se debatía entre lo gracioso y penoso.
Y desde las selvas más cachondas del espacio Cooooodeeec Tentación. Y salió Mauro sin camisa, con una bermuda aún más pequeña (más bien era u bañador) y unas sandalias no tan raídas, bailando, moviéndose sensualmente de tal modo que si tuviera ropa (o más de la que traía puesta) las mujeres pedirían que se la quitara. Leonard no sabía qué sentir, era su amigo pero el asunto le parecía algo degradante. Sin embargo notó que Mauricio se divertía y no se tomaba nada en serio cuando decenas de mujeres se le acercaron para ponerle dinero en el elástico de la bermuda, una serie de billetes con muchos ceros se postraban en su cintura.
Lo cierto era que no se había percatado de que su amigo no era un niño pequeño, ya no era el joven escurrido y paliducho, ahora tenía bronceado, un abdomen sacrificado a las arduas horas de ejercicio y un cutis envidiable, él vivía de su físico, no tenía mucha diferencia con lo que había hecho Nick, o incluso el mismo, que a pesar de no tener mayor atractivo parecía que debía utilizar lo que “alguien” veía en él ¿para sacar provecho?
-¿Te gustó?- le dijo Codec Tentación cuando se acercó a su mesa.
-No, no eres mi estilo.
-Putón de mierda- rió Mauro- tienes un sentido del humor muy bueno, no lo tenías antes, cuando eras químico, médico, biólogo, lo que estudiabas.
Leonard se encogió de hombros –Ya se me olvidó- se estaba mareando un poco, el Blood Mary se encontraba tan a medias como él, bueno, de hecho sólo había tomado menos de la quinta parte del vaso.
-Baila wey ¿no viniste a eso?
La verdad era otra, no había ido a bailar sino a charlar, pero el tal Codec no tenía demasiado interés en ello, y pues ¿qué más le daba? Estaba ahí para olvidar.

domingo, 17 de mayo de 2009

Los círculos internos

Leonard jamás pensó que podría estar en una fiesta de aquella estirpe social, donde la gente tomaba sus copas del cóctel más sofisticado y bebían al unísono, aquí un trago, allá otro, alcohol y más alcohol. Él no bebía pues un sorbo lo tendía en cama cual bebé asustadizo; los menesteres de la bebida no eran lo suyo, una pequeña copita le había hecho decirle las verdades más absolutas a Cecelia, su antigua “novia” (por así llamarla) y después de decirle que era una niña mimada ella se había ido con Akenatón, el ex mejor amigo de Leonard, antes de él no había tenido gran amistad con los hombres, después de romper sus lazos con Akenatón comenzó una fiel amistad con la próxima doctora Susana del Zuzu, la actual emprendedora Samantha y la extremadamente estudiosa Elizabeth. Sus tres contactos esenciales con la vida intelectual; después de ellas había venido Edgard, quién después de todo no era realmente una compañía masculina pero tampoco era justo hincarle la fijación femenil.
Pero Edgard no era el problema, de hecho una semana antes se había reunido como el club de los Bolena para hablar sobre una curiosa bienal en España. Los integrantes del club eran tres, Emily, Edgard y Leonard, similar a los hermanos Bolena: María, Jorge y Ana. Los papeles estaba distribuidos, Emily era María (dulce, coqueta, sugestiva), Edgard era Jorge (dulce, coqueto y muy gay) y Leonard le tocaba la apariencia de ser Ana (algo dulce, algo coqueto, sumamente manipulador). Los dos primeros decían que Nick deseaba a Leonard y que por lo tanto debían ponerlo a él como platillo principal –Como si fuera el aperitivo- dijo Edgard.
El problema era que Leonard no estaba dispuesto a ceder, no quería ni pensar hasta donde Nick le exigiría un intercambio de lo que fuera para poder entrar en la bienal. Para Leonard el asunto era claro, ellos dos serían amigos, se ganaría su confianza y después lo haría salir con Emily o con Edgard, cualquiera que fuera el gusto del tal Hollinghurst.
-Pero son dos lugares los que quedan en existencia y nosotros somos tres- sentenció Emily en aquella junta de los Bolena.
-¡Qué astuta! ¡Sabes contar!- inquirió Edgard.
-No sabemos mucho sobre el lugar de Flavio, tenemos entendido que él mismo se lo adjudicó, ¿y qué si sólo es un comentario pasajero?
-Un chisme, di chisme- le reprendió Edgard.
-Chisme- dijo Leonard en un tono cansino. Se sentía asediado por la actitud que había tomado Edgard, al parecer seguía ofendido porque Nick había escogido al flácido de Leonard mucho antes que al bien cuidado y contorneado de su cuerpo.
-Mira, tú lo seduces, te lo llevas a la cama y ya- dijo Emily como si eso fuera la época Tudor y Leonard una mujer dispuesta a dar todo dentro de sí.
-¡NO!- fue la respuesta de Leonard- no quiero, no me voy a degradar a tal punto para conseguir que un cuadrito mío se encuentre en una estantería de poca monta, esto lo hacemos por historial, no porque la bienal sea lo mejor que nos pueda ocurrir.
-Pues mi querido puritano, te estás rebajando al querernos meter a Emily y a mí a su cama.
-Yo nunca dije algo similar a eso, de hecho eres tú el que lo desea.
-Y yo- dijo la jovial Emily como si se tratara de pedir comida rápida en un restaurante made in gringoland.

Lo que fuera y como fuera era Leonard el que se encontraba en una horrible fiesta llena de periodistas que fotografiaban a hombres con traje o bermuda, así como a mujeres de grandes vestidos y ocasionales tiaras en el cabello.
-Supongo que saldrán en el periódico de mañana- le dijo Leonard a Nick, quién estaba a su lado.
-Supones bien, son una de las familias más reconocidas en la ciudad, seguro salen en la sección de gente bien.
-Yo los pondría en gente de mal- pensó Leonard mientras veía como los más jóvenes se escabullían a los baños para esnifar cocaína creyendo que era lo más cool del momento, sin siquiera saber que eso estaba pasado de moda… al menos desde los años ochenta.
-Pero bueno, eso no importa… de hecho espero que no te importe salir en alguna foto conmigo.
A Leonard se le erizaron los cabellos de la nuca ¿ese hombre quería una foto con él?
-Ah no lo sé, es que las fotos no se me dan.
-Pues de igual, te lo digo porque quieras o no ya la tomaron, ya nos tomaron muchas.
Leonard sólo rió un poco, se estaba metiendo en terrenos peligrosos, no debía bajar la guardia, ya había sentido en más de una ocasión como el brazo de su acompañante se escurría por su cintura con el fin de llevarlo agarrado por la misma; como si él fuera la mujer y Nick el hombre acaudalado. –Pero eso no va a suceder… espero- seguía cavilando para sí.
La fiesta transcurría y fue ahí donde, como de costumbre para Leonard, conocía a una persona dentro de aquel lugar… y como de costumbre dentro de los ámbitos sociales, era alguien a quién no deseaba ver.
-Leo- dijo una mujer de corta estatura, ojos avisados y delgada complexión.
-Cee- dijo Leonard, quién no podía creer su suerte al encontrarse con aquella niña mimada.
-¿Cómo has estado? Jamás te había visto en una fiesta así.
Leonard pensó que lo único que significaba aquello era que no creía que fuera su mundo “social”. Cecelia era inteligente y bonita, dentro de lo suyo, su madre era una arpía que conseguía lo que gustaba conseguir, y su padre era político, ahora un candidato a diputado.
-Eh visto a tu padre, sí, en cada esquina- era lo único que su boca deseaba decir. Tu padre, madre, él, ella, aquellos, pero nada de tú, yo, nosotros.
-Creo que la foto no le favorece, ya vez, estúpidos fotógrafos- Cecelia guardó silencio- perdón, creo que ahora tú eres fotógrafo ¿estás estudiando arte?
-Sí, estudio arte, pero no me dedico a la fotografía.
-Lo sé, leí tu escrito en la revista del estado, tenían una foto muy favorecedora de tu rostro.
-Fue una vez, no se volvió a repetir- Menos mal que ha sido de mi cara y no de cuerpo completo, pensaba Leonard.
-Lo noté, la compré con la esperanza de leer algo sobre ti pero no volví a verte en ella. Pero quién diría que ahora eres escritor, antes no se te daba ni leer a Shakespeare.
-Y sigue sin ser algo muy factible- se debatía en el interior Leonard. Quería seguir hablando con ella, al menos para darle a entender que había progresado de modo intelectual, y no porque quisiera volver con ella, sólo porque deseaba mostrarse superior, pero las cosas no se daban.
-¿Con quién viniste?...
-Ahí estás Leonard- dijo Nick.
-Ah…uh… sí…- ahí estaba la eminente verdad de ser descubierto, ella se reiría en sus adentros, les contaría a todos sus conocidos: “¿Sabías que Leonard se volvió gay después de estar conmigo? Ceo que lo marqué, pobrecito”
-Cecelia, él es Nick Hollinghurst- dijo tomando aire- Nick, ella es Cecelia Anaryo, su padre es…
-Se quién es, un gusto- Nick le extendió la mano a Cecelia.
-Espero que votes por él- dijo ella en tono pícaro. Al parecer Cecelia no se había dado cuenta de nada, y por ende ahora coqueteaba con su acompañante.
-Voy por algo de tomar- dijo Leonard- regreso en un momento.
-Bueno, quieres…
-Y dime ¿de dónde eres?- Cecelia no iba a dejar ir tan fácilmente a Nick.

La noche pasó, vio como su actual negocio hablaba con su antigua inversión, parecían pasarla bien. –Menos mal que Cee no estudia arte, sino tendría que preocuparme un poco más… más allá de lo que le pueda decir de nuestra antigua relación.

domingo, 10 de mayo de 2009

Holli algo, la vendimia ¿por placer?

-Saliste con Nick, ¡saliste con Nick!- le vociferó Edgard a Leonard el día después de la pasarela.
-¿Nick?- en verdad Leonard no sabía a qué se refería.
-¡Nick Hollinghurst! ¡Hollinghurst!
-Holli lo que sea, la verdad no se de qué me hablas.
-JA, es difícil reconocer a los extranjeros famosos ¿no?, rubio, apuesto, cabello rizado y muy, muy alto.
-Pues a lo mucho mide diez centímetros más que yo.
-¡Muérete!- Edgard se dio media vuelta y se fue.
Resultaba que el tal Hollin lo que sea era un alumno de intercambio en su propia facultad pero en la modalidad de postgrado, tomaba clases en el segundo piso del edificio prestado a la facultad de Artes (que en verdad era de la facultad de psicología). Venía de intercambio desde España pero él era británico. Todas las mujeres (y Edgard, quien como fiel fan de lo clásico había investigado todo sobre él) le deseaban, y como Leonard no era mujer, pues no se había enterado de su existencia.
-¿No sabías que existía?- le dijo Emily, una chica gustosa por el ambiente bohemio pero de vívida memoria, había estudiado psicología antes de entrar a la facultad de artes; era un poco mayor pero nadie lo notaba pues se mantenía en el rango de “las traga años”- fue el alto cotilleo de inicio de semestre –continuó diciendo- además, debes estar muy ciego, estudia arriba de nosotros.
- La idea te parece algo romántica.
-Leonard, no lo niego, es bastante atractivo, pero ahora con lo que me cuentas ha de ser muy sociable.
-Lo dices porque…
-Se presentó ante ti, se prestó a la charla, eso no es normal en…
-Una persona tan atractiva- le interrumpió Leonard.
-¿No creerás que le gustaste?
-La verdad no lo había pensado hasta ahora que lo mencionas. Él me llevó a mi departamento y nada más.
-Ya, no puedes esperar que alguien como Nick te tire el ojo.
-Aún como heterosexual creo que me ofende tu comentario. Me suena a: “No eres lo suficientemente bueno como para cambiarlo de bando”.
-No estoy diciendo eso, sólo digo que fue amable. A mi me encanta el hombre.
-A mi no, al menos no en ese sentido.
-Pues deberías pensarlo, muchas mujeres lo quieren no porque sea atractivo, sino por ser “influyente”. Me enteré, y no por Edgard, que los alumnos por intercambio hacen un reporte de conducta, etc, etc, pura formalidad, pero él ha participado en varias bienales y es un boleto de recomendación, pues está haciendo un colectivo muy selecto donde sólo entran sus más íntimos colaboradores, el cupo es de siete personas, contándolo a él y otros tres artistas de su facultad quedan tres lugares disponibles, uno está casi arreglado para Flavio, tú sabes, el señor “soy amigo de todos los alumnos de la facultad de artes”. Quedan dos lugares, yo ya me resigné y creo que Edgard también, pero claro, él busca otra cosa.

Leonard entró a su clase de filosofía con el fin de presentar su exposición sobre Ana Bolena y su cuello fino, entonces pensó en la actitud de dicha cortesana, una mujer activa, audaz, seductora y decisiva, realmente sabía lo que deseba y estaba dispuesta a todo, sin embargo no lo era de modo trivial, más bien se preocupaba por crear todo un baile en torno a Enrique VIII, con cara de gratificación y después de arrojo e irritación. No se había dejado tocar hasta que la corona había tocado sus sienes y ella era reina por matrimonio; sin embargo no tenía opción, se vio obligada por su familia para ascender en la línea destructiva del poder. Al final la habían acusado de adulterio, brujería e incesto, su cabeza rodó mientras decía “A Cristo encomiendo mi alma”, todo por no haber dado un heredero.
Así Leonard tuvo una visión sumamente bizarra, de momento él no era él, más bien era un espectador y veía como una mujer, muy similar a él (una mujer no muy atractiva… pensó Leonard) entallada en un corsé y un hermoso vestido azul turquesa se acercaba a un hombre alto, rubio, de ojos azules, cabello largo y ondulado. Ella le sonreía y mostraba un cuadro, uno más bien mediocre y austero. El hombre lo veía, sonreía y decía: -Hermoso, hermoso- su acento era algo extraño.
Ella sonreía aún más y aceptaba la invitación de él a salir al campo de baile. Bien podía haber sido la corte de cualquier rey.
Bailaba, y veía como la mujer no perdía el contacto visual con aquel hombre, quién detenía la música y daba un anuncio:
-Mi próxima corresponsal me ha regalado un cuadro, quiero exponerlo aquí en mi sala principal.
El cuadro fue visto con desagrado por el resto de la gente pero no podían más que fingir con fiel descaro.
La música continuaba, la mujer y el hombre desaparecían parcialmente, luego ella aparecía con el peinado algo desastroso y una cara de satisfacción (qué mujer tan más grotesca… pensaba Leonard). Después la gente le veía con enfado y le gritaban furcia. Ella corría de un lado al otro hasta que en el centro del lugar se topaba con el hombre rubio y ahora más alto de lo normal, con una espada en la mano le decía que su pintura era un fracaso, que a nadie le agradaba y seguramente lo había embrujado para obtener un poco de fama. Al momento él empuño la espada y le cortó la cabeza. La cuál rodó hacia donde estaba Leonard, hacia sus pies, en efecto, era su cabeza, la cabeza de Leonard.
Leonard salió del trance y pensó claramente –El hecho de que Ana Bolena fracasara no quiere decir que yo lo haga, ella se casó, yo sólo pretendo hacerlo mi amigo.
Terminó la clase, guardó sus cosas y salió del aula.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Modelos, sí, son mortales (parte II)

En el desfile, en la sexta línea (qué era la penúltima) porque no se podía esperar mayor gratificación para los chicos de provincia y sus muy arreglados accesorios, en el caso de Leonard era el acaudalado Edgard y el incitado Alfred.
Las luces se apagaron y se iluminó la pasarela, la música inició con un tormentoso sonsonete seguido por el primer modelo. Él, porque era hombre, llevaba unas sandalias raídas, cuya prensilla rodeaba al dedo “gordo” del pié –Válgame, algo de gordura en un modelo- pensó Leonard mientras se daba cuenta de que aquellas costosísimas sandalias eran color café, pero seguramente en aquel mundillo nadie diría “es café”, porque para ellos no lo era. Podía ser color chocolate, marrón claro, marrón oscuro, café deslavado más no desgastado. Sentía que estaba pasando demasiado tiempo con Edgard.
-¿No se deduce que debe ser innovador?- le susurró Leonard a su compañero de al lado.
-Se deduce que no debes de hablar- sentencio Edgard con un poco de disgusto.
El hombre, por obviedad, no sólo llevaba sandalias, también tenía una bermuda blanca que se presumía demasiado ligera para un cuerpo sumamente tonificado, era una prenda prácticamente transparente por lo cual se podía ver la ropa interior del modelo, la cual era igual de blanca más no transparente (para alivio de Leonard), su playera era color amarillo mostaza y tenía cuello polo, el peinado del modelo era electrizante, con miles de picos por todos lados, picos y más picos.
-Lo que nos faltaba, más picos- dijo Leonard dirigiéndose ahora a su otro compañero de al lado, Alfred.
-Menuda tontería, únicamente me quedé porque veré a una chica, una modelo, al terminar el desfile.
-Eso es si al terminar de verlo te siguen gustando las modelos y no los modelos- el tono de sarcasmo en Leonard se había convertido en algo usual. Realmente ¿qué hacía en aquel lugar? No pretendía tener ningún contacto con alguna modelo. Sí, era una conducta sexista y absurda, algunos le podrían decir misógino si se difamaba su idea de ir a “ver traseros”, pues al parecer esa era la respuesta, su asistencia venía a ser plena carnalidad.
Así pasó el segundo, el tercero, por el cuarto modelo empezaron a salir los trajes de baño y las minucias textiles, pues al parecer lo que se exhibía era el cuerpo. Torneados, enaceitados, brillosos y encuadrados. Eso no era un desfile de modas, era un seminario de autoestima y autosuficiencia; lo primero se refería a la aceptación del cuerpo propio, pues las carnes de Leonard solían salirse del pantalón con poco apogeo, era preferible no enseñar nada de lo que no se estuviera dispuesto a enseñar, por ello lo más que llegaba a mostrar era la cabeza –Y aún así corro el riesgo de que ruede- meditó – pero no importa, tengo un cuello muy riguroso, por aquello de querer decapitarme.
El quinto, el sexto, el séptimo; recordó que debía mantenerse firme, ser autosuficiente, pues alguien debía cargar con todos sus kilos hasta el auto rentado “color azul de Edgard”.
Octavo, noveno, décimo, salió uno con una camisita y una pelota de playa, la aventó ligeramente hacia los camarógrafos –Sí, podría tener oportunidad en la pasarela… podría ser la pelota- décimo, undécimo, duodécimo, más y más bronceados ¿artificiales?, eso quería pensar, ya se sentía fatal por tener unos kilos de más como para darse cuenta de que su metro setenta era sinónimo de liliputiense.
Así salió el último, o al menos eso presagió Edgard, quien aplaudió frenéticamente pero con demasiada clase, era una especie de entusiasmo dosificado, un tipo de representación del ánimo tan común en él; podría llamarse contención, pero su gusto por el objeto aplaudido era demasiado evidente, así que Leonard decidió etiquetarlo como excitación amanerada, donde sabía la clase de “acción” que debía poner sobre un modelo, en qué momento y en qué lugar… por lo tanto el aplauso era la antesala de algo mayor, de otro tipo de representación.
El hombre había salido con un traje de baño color azul cerúleo y una franja púrpura en el costado izquierdo del trasero, lycra por supuesto, pegadísimo al cuerpo y con una verdad sobrehumana. Ahí estaba el último punto a destacar, cuestiones mayores, ¿cómo hacían casting para algo tan privado? ¿Cómo seleccionaban al modelo que llevaría el encantador y entallado bañador?
-Debe ser tela, dime que es tela- dijo Leonard a Alfred.
-Es lycra, lycra- corrigió Edgard.
-¿Lo que lleva adentro? Sí, es tela, por el bien de todos los mortales que salen con las modelos más despampanantes, espero que sea tela- Alfred forjó una imagen desinteresada bastante blanda.
-No te preocupes, ellos no están con modelos, sólo con modelos- Edgard seguía aplaudiendo mientras salía toda la colección y el rechoncho diseñador, que como de costumbre tenía un sombrero muy retro que decía: “Son in por usar algo tan poco in, pero en fin, yo hago las reglas”.
-¿Qué quiere decir con modelos y modelos?
-Creo que le faltó añadir el artículo para decir que LOS modelos no salen con LAS modelos, sólo con LOS otrOs modelos, es cuestión de tecnicismos… y de tela en la entrepierna o bien de hinchazón, pobre tipo, está teniendo una reacción alérgica a la lycra- apuntó Leonard.

Las luces se prendieron y la gente saltó de un lado a otro, se saludaban, besuqueaban y abrazaban con ferviente glamour, con aquella acción de: “Te abrazo, pero no muy fuerte, temo arrugar mi ropa o mezclar mi carísimo perfume con el tuyo… que no te preocupes, seguro también es agradable… el menos en el precio”
Gente, gente y más gente, Leonard estaba en la puerta delantera del local fumando un cigarrillo.
-¿Tienes otro?- le dijo un hombre con un acento raro; era alto, de ojos azules, cabello rubio algo largo y ondulado.
-Claro- Leonard sacó su cajetilla, le dio un cigarro y le pasó el encendedor.
-¿Disgustado?- dijo el joven, que visualmente no pasaba de los veinticinco años.
-Algo. Digamos que me abandonaron, uno de mis amigos se fue con una despampanante modelo y el otro está liándose con un modelo, pero la verdad ¿por qué les dicen modelos?, son arquetipos, es cuestión de belleza, claro, de no ser así les llamaríamos clichés.
-Nadie se lía a nadie en este país.
-Oh sí, Edgard se lía y se mete en líos al mismo tiempo.
-Pero qué duro eres ¿clichés?, yo fui modelo por un par de años, hasta que envejecí.
Leonard lo miró impactado, un poco de desdén en la mirada.
-Estás bromeando.
-Claro- rió el chico- era modelo hasta que me aburrí de tanta banalidad… por cierto, soy Nick.
-Yo Leonard. ¿En verdad te llamas Nick, no es un nombre de la farándula o algo así?, no suena normal.
-Tampoco Leonard es algo normal.
-Mis padres fueron algo esnobs al momento de ponerme el nombre, y tú ¿cuál es el pretexto?
-Me gusta mi nombre, no tengo pretexto.
-Como sea, tengo que llamar a mi amigo, le renté un coche ¿sabes? Se enojó porque era azul, él quería uno rojo.

Sacó su móvil y le marcó a Edgard, cuyo buzón de voz decía: “Estoy haciendo algo importante, pero deja tu mensaje para que podamos planear algo importante”.
-¡Bien!- vociferó Leonard.
-¿Problemas?, te puedo llevar a tu casa.
-No… -Leonard se detuvo, ahí estaba el discurso de toda su vida, él diría que le gustaban las mujeres, el otro hombre no lo creería o diría “qué lastima”, seguiría insistiendo hasta que fuera necesario gritarle para que así quedara como un perro maldito que no desea la compañía de ningún ser humano, porque él siempre se quedaba solo ¿qué sentido tenía aclarar las cosas? Sólo le llevaría a casa –No hay problema.

sábado, 2 de mayo de 2009

Modelos, sí, son mortales (parte I)

Dos fabulosos citadinos y un casi fabuloso chico de provincia, fueron a una pasarela poco certera para los ojos de dos de ellos, pues en verdad no sabían de qué iba dicho evento, únicamente hilaron sus ideas de un modo sencillo de concebir, porque en la moda nada es realmente profundo y la superficialidad se encuentra ajustada a la cintura y los genitales como gran propaganda del estilo creativo.
-Pero qué tontería- exclamó Alfred en tono cansino.
-Ni que me lo digas- suspiró Leonard, quién no sabía qué ponerse para un desfile de modas y prefirió usar ropa sencillamente cómoda, algo con lo que su masa corporal se sintiera a gusto.
-¿Por qué las caras largas?- preguntó Edgard con un tono maligno, al menos así lo sintieron Alfred y Leonard.
-Es una pasarela de ropa para hombres- dijo ahora Alfred con cierta irritación.
-Pues claro, ¿qué somos? Hombres, ¿no?, hombres que asisten a una pasarela para ver ropa de hombres.
Alfred estalló en un cúmulo de risa sardónica, al parecer Edgard se había pasado de la raya en esta ocasión.
-No, lo que somos es un trío de hombres conformado por dos heterosexuales y un homosexual, lo que nos da como resultado el aburrimiento de dos terceras partes ante los torsos desnudos de tus víctimas.
-¿Víctimas?- Edgard fingió no saber nada al respecto.
-¿Has salido con modelos?- preguntó Leonard un poco intrigado
-No, no lo ha hecho, pero si con bailarines de toda clase, de ballet, de tango, de salón, de charleston.
-Sí, el de charleston fue el peor, no sólo era un negro que bailaba como blanco, sino que también era un negro que lo tenía como el de un…
Leonard le interrumpió al levantar la mano.
-Mis aún castos oídos de chico provinciano no quiere escuchar nada acerca de los tamaños.
-Porque seguramente lo único que sabes es lo que has leído, mi querida rata de biblioteca.
-Eso, y porque no soy catador de esa clase de menesteres.
-Te lo pierdes.
-Lo que estamos perdiendo Alfred y yo es un buen fin de semana por tener que venir a ver tus bonitos traseros, como siempre ha de ser lo tuyo.
-No me culpen, ustedes pensaron que veníamos a ver traseros de mujeres, así que a la par venimos a ver lo mismo.
-Sólo que no sobre la pasarela- sentenció Alfred al ver a una atractiva mujer (fanática de la moda) que pasaba a su lado.
-Au revoir- dijo Edgard al ver que Alfred se alejaba.
-Bien, ahora me quedé solo.
-Nada de eso, ve y busca tu lugar, pagué por unos muy buenos, ve, quizá te encuentres con alguna belleza.
-Seguro que sí- dijo Leonard en tono sarcástico, después entornó los ojos, de haber sabido se hubiera vestido con un poco de finura, veía a Edgard con sus pantalones de gabardina y su camisa de manga larga color rojo vino, en combinación con unos zapatos de ante, su reloj plateado y loción de diseñador, creaba un efecto alucinante, podían estar en primavera y con más de 37°, pero su querido amigo sabía combinar su ropa, ser otoñal en una noche infernal y a la vez levantar la mirada de cualquiera, hombre o mujer, nadie le criticaría porque lucía fresco, ni perlas de sudor, ni aliento ácido, ni siquiera un pequeño brillo en la cara –Tiene que ponerse alguna clase de maquillaje, nadie en el mundo logra tener un cutis tan perfecto sin tener que acudir a la farmacia, la boutique o el salón de belleza- pensaba Leonard mientras se dirigía al baño para lavarse la cara, ya que se imaginaba tener una cara sumamente brillosa.
Entró en el baño preguntándose de dónde había sacado el dinero su querido amigo, quien estudiaba y no trabajaba, el que tomaba el transporte público junto con él y que además gastaba dinero por todos los poros –No sé nada sobre sus padres, ni quién lo parió, nada de nada…- los pensamientos de Leonard fueron interrumpidos por un pequeño gemido en el baño.
Él, frente al espejo, pudo ver dos pares de pies en el cubículo del baño que se encontraba exactamente a sus espaldas; supuso que la gente con dinero tiende a tener malas jugadas en los baños públicos, así que intentó ignorarlo, pero los quejidos no cesaban. Ahora Leonard accionaba el secador de manos con la esperanza de olvidarlo todo cuando escuchó un hipido de satisfacción que condesaba todo, al parecer la pareja del baño había acabado de hacer –Lo que tenían que hacer- pensó Leonard.
Aún en el baño, pensaba que había olvidado lavarse la cara, tenía que hacerlo, además su cabello era un desastre, sentía los dedos ajenos que le apuntaban como si fuera la Diane Arbus del momento, y la gente bonita gritándole “FREAK”, así vio que dos hombres salían del cubículo, se lavaban las manos, se la secaban, uno hasta se enjuagó la boca, ambos de buen cuerpo, ambos salieron.
Leonard suspiró. Al segundo entró otro par y mientras se enjuagaba la cara escuchaba su charla banal.
-Claro que se lo hacen, lo hacen antes de ponerse el traje de baño o la ropa interior, así se ve más grande, sino ¿realmente crees que lo tengan de ese tamaño?
-Te digo que no, yo trabajé un año de modelo y jamás lo hice.
-Bueno, tú no lo necesitas… o ¿sí?

Leonard se sentía en la jaula de las locas, al parecer la gente si se liaba a más gente, incluso en el baño hacían algo más liarse al compañero. Olvidó su cabello y salió corriendo del lugar, se topó con un tipo grande en la puerta quién le vio y sonrió desde arriba saludándolo con un “Holaaaaaa” que arrastraba la “a” de modo insufrible.
Leonard dijo: “Adiós”, sin necesidad de arrastrar la “s”. Fue cuando entendió que no necesitaba un par de zapatos de ante, ni una camisa color vino, algunos, sólo algunos de los tipos de allí, ya lo traían en los genes, el coquetearle a cualquier forma viviente que fuera del sexo masculino. Ahora sí era un freak de Diane Arbus, pero un freak que algunos se morían por fotografiar, ¿era que tan desesperados estaban?

… sigue en la próxima entrada.